LAS ENFERMEDADES TRANSMITIDAS POR LOS ALIMENTOS (Parte 10)
Más de una vez Ud. habrá dicho: “Debe ser algo que comí”,
“Algo me cayó mal” ó “Me dio un ataque de hígado”, luego de haber estado con
diarreas, vómitos, dolor de cabeza ó cólicos. Lo más probable es que sí; algo
le cayó mal, y no precisamente lo que comió, sino, lo que no vio al ingerir ese
alimento, ya que éste tenía el aspecto de estar sano, pero...no fue así.- Lo
que usted sufrió es una Enfermedad Transmitida por Alimentos (ETA)
Giardiasis o Giardosis (cie-10 a07.1)
Es una de las parasitosis más ampliamente difundida. El agente es Giardia lamblia o Giardia intestinalis o Giardia duodenalis, protozoario binucleado flagelado. Tiene una forma de resistencia (quiste) y una vegetativa (trofozoíto). Es endémica y pueden ocurrir brotes. Es una de las causas más frecuentes de diarrea del viajero. El reservorio está constituído por el hombre, los animales domésticos (perro, gato), el ganado (bovino, porcino, ovino, equino) y también animales salvajes (ratas, nutrias, monos, castores, etc.).
Las moscas y las cucarachas pueden vehiculizar los quistes en sus patas, abdomen y heces. La forma de transmisión es: Por agua y alimentos contaminados. Directa persona a persona fecal-oral. La incidencia de la enfermedad se relaciona inversamente con el saneamiento ambiental. Es uno de los primeros enteropatógenos en infectar a los lactantes y la tasa de incidencia es de 10-30 % en niños menores de 10 años en los países en desarrollo. Los brotes comunitarios transmitidos por agua han sido los más frecuentes y es llamativo que no hayan sido descritos más brotes transmitidos por alimentos (ensaladas crudas, carnes frías, etc.). La infección ocurre con recuentos de quistes mayores de 10. Una persona con giardiasis puede eliminar 900 millones de quistes/día.
La giardiosis se transmite mediante la ingestión de los quistes, que son infectantes tan pronto salen en las materias fecales. Su diseminación se hace a través de manos sucias, aguas y alimentos contaminados y por cualquier otro mecanismo que permita la contaminación fecal, como sucede en la amebiasis y otras infecciones entéricas bacterianas y virales. La giardiosis puede presentarse en forma epidémica por contaminación de acueductos, aun en aquellos con tratamiento de cloración. En algunos países, la prevalencia de Giardia es más alta que la de Entamoeba histolytica. En países tropicales es una parasitosis frecuente, especialmente en niños. Este aumento se ha observado con mayor intensidad en los últimos años. Esta parasitosis intestinal ha aumentado su frecuencia en los últimos años en los países desarrollados, debido al aumento de viajeros a zonas endémicas y a la contaminación de agua de bebida. Se ha .demostrado positividad para el parásito en el 7% de los coprológicos en los laboratorios de salud pública en Estados Unidos. En esos países se han encontrado frecuentes casos en personas que tienen actividades transitorias en el campo, como cazadores, grupos que van de paseo, etc. en los que la infección puede ser adquirida de reservorios animales.
El parásito fue descubierto por Leeuwenhoek, inventor del microscopio, quien lo observó en 1681, en sus propias materias fecales. El trofozoíto de G. intestinalis tiene forma piriforme y en la parte anterior posee dos núcleos que se unen entre sí en el centro, dando la apariencia de anteojos. Mide aproximadamente 15 micras de longitud por 7 de ancho. Posee una cavidad o ventosa que ocupa la mitad anterior de su cuerpo, la cual utiliza para fijarse a la mucosa intestinal. Posee en su diámetro longitudinal y en la parte central, una barra doble o axostilo de cuyo extremo anterior emergen 4 pares de flagelos, uno anterior, dos laterales y otro posterior. El axostilo es atravesado en el centro por dos estructuras en forma de coma llamadas cuerpos parabasales. Los dos núcleos poseen nucléolos centrales y están unidos entre sí por los rizoplastos que terminan en el extremo anterior del axostilo, en dos órganos puntiformes llamados blefaroplastos.
El trofozoíto tiene capacidad de traslación con movimiento lento, vibratorio y a la vez rotatorio, lo cual permite observar la cavidad correspondiente a la ventosa o disco suctorio. El quiste tiene forma ovalada con doble membrana, de 2 a 4 núcleos y algunas de las estructuras descritas para el trofozoíto, de las cuales es notorio el axostilo. El tamaño pro- medio es de 10 micras de longitud. Los trofozoítos se localizan en el intestino delgado, fijados a la mucosa, principalmente en el duodeno. Allí se multiplican por división binaria y los que caen a la luz intestinal dan origen a quistes. Estos últimos son eliminados con las materias fecales y pueden permanecer viables en el suelo húmedo o en el agua por varios meses. Infectan por vía oral y después de ingeridos resisten la acción del jugo gástrico y se rompen en el intestino delgado para dar origen a 4 trofozoítos por cada quiste. Los trofozoítos no son infectantes cuando entran por vía oral. Cuando son eliminados en las heces diarreicas mueren en el exterior. La infección es principalmente persona a persona, pero se ha comprobado que algunos animales como perros, gatos, castores y rumiantes, pueden ser reservorios de G. intestinalis y por consiguiente dan origen a infección en humanos, en cuyo caso esta parasitosis se puede considerar como una zoonosis.
Los quistes ingeridos con el agua o los alimentos por estimulación del jugo gástrico, luego por el pH alcalino y las proteasas intestinales liberan los trofozoítos. Éstos colonizan la parte superior del intestino delgado, atraviesan la capa de moco y éstos adhieren a la mucosa. El elevado número de trofozoítos provocaría la disrupción del ribete en cepillo y el sistema enzimático lo que resultaría en las alteraciones de absorción y la deficiencia de disacaridasa. Los quistes aparecen en las heces desde los 6-15 días de la infección.
Los
trofozoítos se localizan en el intestino delgado, fijados a la mucosa,
principalmente en el duodeno. Allí se multiplican por división binaria y los
que caen a la luz intestinal dan origen a quistes. Estos últimos son eliminados
con las materias fecales y pueden permanecer viables en el suelo húmedo o en el
agua por varios meses. Infectan por vía oral y después de ingeridos resisten la
acción del jugo gástrico y se rompen en el intestino delgado para dar origen a
4 trofozoítos por cada quiste.
Los trofozoítos no son infectantes cuando entran por vía oral. Cuando son eliminados en las heces diarreicas mueren en el exterior. La infección es principalmente persona a persona, pero se ha comprobado que algunos animales como perros, gatos, castores y rumiantes, pueden ser reservorios de G. intestinalis y por consiguiente dan origen a infección en humanos, en cuyo caso esta parasitosis se puede considerar como una zoonosis. El principal mecanismo de acción patógena en giardiosis se debe a la acción mecánica de los parásitos sobre la mucosa del intestino delgado, principalmente del duodeno y yeyuno. Esta acción se hace por fijación de los trofozoítos por medio de la ventosa y da origen a inflamación catarral. La patología principal se encuentra en infecciones masivas, en cuyo caso la barrera mecánica creada por los parásitos y la inflamación intestinal, pueden llegara producir un síndrome de malabsorción.
En estos casos las vellosidades intestinales se encuentran atrofiadas, hay inflamación de la lámina propia y alteraciones morfológicas de las células epiteliales. Algunos casos de giardiosis graves se han asociado con la presencia de hiperplasia nodular linfoide en intestino delgado y grueso. No se acepta que haya invasión a vías biliares y por consiguiente no es correcto atribuirle patología hepatobiliar a esta parasitosis. Se han encontrado anticuerpos séricos en infecciones sintomáticas y se ha sugerido que puede haber alguna resistencia a la infección, debido a mecanismos inmunológicos.
La importancia de la inmunidad en giardiosis puede ser sustentada por varios hallazgos:
a). La prevalencia es menor en adultos que en niños de zonas endémicas y también mayor en visitantes a estas zonas cuando se comparan con los nativos de la región,
b). Hay una prevalencia mayor en personas inmunocomprometidas, especialmente en hipogammaglobulinemia,
c). Modelos animales se infectan más fácilmente y sufren de giardiosis crónica, cuando son atímicos o cuando se tratan con drogas inmunosupresoras y
d). Se pueden detectar anticuerpos séricos en pacientes con giardiosis.
Los anticuerpos IgA específicos para Giardia se han encontrado experimentalmente en animales, en secreciones mucosas, leche y saliva. La IgE total en suero está aumentada en casos de giardiosis. En el intestino de ratones parasitados por Giardia muris se han encontrado anticuerpos IgG e IgA, adheridos a los trofozoítos y en el contenido intestinal.
Los trofozoítos no son infectantes cuando entran por vía oral. Cuando son eliminados en las heces diarreicas mueren en el exterior. La infección es principalmente persona a persona, pero se ha comprobado que algunos animales como perros, gatos, castores y rumiantes, pueden ser reservorios de G. intestinalis y por consiguiente dan origen a infección en humanos, en cuyo caso esta parasitosis se puede considerar como una zoonosis. El principal mecanismo de acción patógena en giardiosis se debe a la acción mecánica de los parásitos sobre la mucosa del intestino delgado, principalmente del duodeno y yeyuno. Esta acción se hace por fijación de los trofozoítos por medio de la ventosa y da origen a inflamación catarral. La patología principal se encuentra en infecciones masivas, en cuyo caso la barrera mecánica creada por los parásitos y la inflamación intestinal, pueden llegara producir un síndrome de malabsorción.
En estos casos las vellosidades intestinales se encuentran atrofiadas, hay inflamación de la lámina propia y alteraciones morfológicas de las células epiteliales. Algunos casos de giardiosis graves se han asociado con la presencia de hiperplasia nodular linfoide en intestino delgado y grueso. No se acepta que haya invasión a vías biliares y por consiguiente no es correcto atribuirle patología hepatobiliar a esta parasitosis. Se han encontrado anticuerpos séricos en infecciones sintomáticas y se ha sugerido que puede haber alguna resistencia a la infección, debido a mecanismos inmunológicos.
La importancia de la inmunidad en giardiosis puede ser sustentada por varios hallazgos:
a). La prevalencia es menor en adultos que en niños de zonas endémicas y también mayor en visitantes a estas zonas cuando se comparan con los nativos de la región,
b). Hay una prevalencia mayor en personas inmunocomprometidas, especialmente en hipogammaglobulinemia,
c). Modelos animales se infectan más fácilmente y sufren de giardiosis crónica, cuando son atímicos o cuando se tratan con drogas inmunosupresoras y
d). Se pueden detectar anticuerpos séricos en pacientes con giardiosis.
Los anticuerpos IgA específicos para Giardia se han encontrado experimentalmente en animales, en secreciones mucosas, leche y saliva. La IgE total en suero está aumentada en casos de giardiosis. En el intestino de ratones parasitados por Giardia muris se han encontrado anticuerpos IgG e IgA, adheridos a los trofozoítos y en el contenido intestinal.
El
periodo de incubación es de 3-25 días (mediana 7-10 días). La enfermedad puede
ser abortiva, transitoria o crónica. El 50 % de los infectados presenta
síntomas y alrededor del 15 % es asintomático por el pasaje de quistes. La
duración de la infección en los asintomáticos puede ser hasta de 6 meses. La
infección aguda cursa con diarrea aguda líquida o semilíquida con moco, fétida,
hipocólica y a veces de aspecto graso. Puede acompañarse de náuseas, dolor
abdominal epigástrico o postprandial, distensión, flatulencia, hiporexia,
eructos, pérdida de peso. Los vómitos, la fiebre y el tenesmo tienen una
frecuencia menor del 15 %. Los hallazgos clínicos característicos son la
diarrea prolongada y la pérdida de peso en el 50 % de los afectados. Puede
ceder espontáneamente en 4 días-6 semanas o mantenerse por meses o años. En los
menores de 5 años los síntomas son más importantes. En los niños no es una enfermedad
autolimitada, tiende a la cronicidad. La infección crónica evoluciona con
malestar, lasitud, dolor abdominal difuso, malestar relacionado con la ingesta,
y a veces, cefalea. Alternan períodos de diarrea con otros de constipación o
hábitos normales. El sindrome de malabsorción (proteínas, lactosa, vitaminas A
y B) es una complicación.
En todas las edades se pueden encontrar casos asintomáficos. La sintomatología presenta grados variables de acuerdo a la intensidad de la infección y a la deficiencia inmunológica. Los mecanismos patogénicos, además de la actividad mecánica, se deben a otros factores como: secreción de sustancias citopáticas, inhibición de actividad enzimática de las disacaridasas (lactasa, sucrasa y maltasa) y de tripsina y lipasa, desconjugación de las sales biliares, incremento de la flora bacteriana y trastornos en el transporte de cloro y sodio. Las formas leves se caracterizan por dolor epigástrico de poca intensidad y alteración en el ritmo de la defecación. Las formas moderadas se manifiestan por un cuadro de duodenitis, con dolor frecuente en región epigástrica, a veces náuseas, flatulencia y diarrea. La giardiosis severa presenta, además de la duodenitis, esteatorrea o lientéria con heces abundantes, pastosas o líquidas de muy mal olor, lo que se asocia con flatulencia. En casos crónicos con malabsorción, los niños presentan retardo del crecimiento y pérdida de peso. La diarrea crónica contribuye a la deficiencia proteica. Los síntomas intestinales pueden estar asociados a sintomatología general inespecífica, como anorexia, astenia, cefalea, náuseas y vómito.
El
diagnóstico clínico diferencial debe hacerse con otras causas de duodenitis o
diarrea y con las enfermedades que producen malabsorción, como enfermedad
celiaca y sprue tropical. El diagnóstico etiológico sólo puede hacerse por
identificación del parásito. El método más utilizado es el examen coprológico,
que en la mayoría de los casos revela los quistes; en algunos casos de diarrea
se observan trofozoítos, los cuales se ven en solución salina con movimientos
vibratorios y giratorios, que permiten observar la muesca correspondiente a la
ventosa. En las infecciones leves se deben hacer coprológicos seriados y examen
por concentración para confirmar la presencia de los parásitos, pues un solo examen
tiene poca sensibilidad. El estudio microscópico del líquido duodenal obtenido
por sondaje, puede demostrar los trofozoítos. Este procedimiento no se
justifica establecerlo de rutina como remplazo del examen coprológico, sino que
tiene utilidad en casos de difícil diagnóstico o cuando se obtiene líquido
duodenal para oíros fines. En infecciones leves el líquido duodenal puede ser
positivo y el coprológico negativo.
La cápsula de Beal o de la cuerda de nylon (Entero-Test®), es de utilidad en el diagnóstico, la biopsia intestinal muestra los cambios en las vellosidades y ocasionalmente permite ver los parásitos. Este procedimiento no debe ser de rutina y sólo se usa en casos especiales. El estudio radiológico no es de utilidad en la giardiosis, aunque se pueden producir cambios no específicos de la morfología duodenal. Los cultivos para Giardia son difíciles de realizar y por lo tanto no se utilizan como métodos de diagnóstico. La identificación de anticuerpos circulantes no es útil como método diagnóstico. Se han descrito métodos inmunológicos para detectar antígenos del parásito en materias fecales, con sensibilidad y especificidad de 98 y 100%. Este procedimiento, que se puede realizar con estuches comerciales de ELISA, es más eficiente que el examen coprológico, pero de mayor costo.
La cápsula de Beal o de la cuerda de nylon (Entero-Test®), es de utilidad en el diagnóstico, la biopsia intestinal muestra los cambios en las vellosidades y ocasionalmente permite ver los parásitos. Este procedimiento no debe ser de rutina y sólo se usa en casos especiales. El estudio radiológico no es de utilidad en la giardiosis, aunque se pueden producir cambios no específicos de la morfología duodenal. Los cultivos para Giardia son difíciles de realizar y por lo tanto no se utilizan como métodos de diagnóstico. La identificación de anticuerpos circulantes no es útil como método diagnóstico. Se han descrito métodos inmunológicos para detectar antígenos del parásito en materias fecales, con sensibilidad y especificidad de 98 y 100%. Este procedimiento, que se puede realizar con estuches comerciales de ELISA, es más eficiente que el examen coprológico, pero de mayor costo.
Los
derivados 5-nitroimidazólicos son los de elección en giardiosis. La tolerancia es buena, aunque en aproximadamente la cuarta parte de los casos
produce síntomas leves, principalmente sabor metálico y molestias digestivas.
El tinidazol a la dosis de 2 g para adultos y 60 mg/ kg para niños, en dosis
única, presenta eficacia similar al secnidazol. Estos dos medicamentos tienen
la ventaja de encontrarse, además de tabletas, en suspensión para niños. El
ornidazol se presenta únicamente en tabletas y se recomienda la dosis única de
1.5 g para adultos y niños con más de 35 kg de peso. El metronidazol siempre se
ha recomendado en tratamiento de varios días y en giardiosis la dosis es de 500
mg/día subdividido en 3 subdosis al día para adultos y 25 mg/ kg/día para
niños, por 5 días. Se presenta en tabletas y solución en jarabe para niños. El
albendazol, descrito ampliamente como antihelmíntico, es efectivo en giardiosis
a la dosis de 400 mg/día por 5 días.
La furazolidona, usada en diarreas bacterianas, se emplea también en esta parasitosis a la dosis de 5 mg/kg/día en niños, dividida en 4 tomas diarias por 7 días. Puede producir intolerancia digestiva y síntomas generales, así como reacción disulfirán con alcohol. Esta droga presenta desventajas cuando se compara con las anteriores. La quinacrina (mepacrina o atebrina) es la droga recomendada en Estados Unidos y en otros países donde no se han comercializado los nitroimidazoles. La dosis es 100 mg 3 veces al día en adultos y 2 mg/kg, 3 veces al día en niños por 5 ó 7 días. Puede producir efectos colaterales y toxicidad. Investigaciones recientes han revelado que cepas de Giardia aisladas de pacientes que no se han curado con metronidazol, son resistentes invitro a esta droga. Estos hallazgos y la publicación de algunos casos que no se han curado con los nitroimidazoles son una voz de alerta sobre la posible resistencia de los protozoos a estos medicamentos.
La furazolidona, usada en diarreas bacterianas, se emplea también en esta parasitosis a la dosis de 5 mg/kg/día en niños, dividida en 4 tomas diarias por 7 días. Puede producir intolerancia digestiva y síntomas generales, así como reacción disulfirán con alcohol. Esta droga presenta desventajas cuando se compara con las anteriores. La quinacrina (mepacrina o atebrina) es la droga recomendada en Estados Unidos y en otros países donde no se han comercializado los nitroimidazoles. La dosis es 100 mg 3 veces al día en adultos y 2 mg/kg, 3 veces al día en niños por 5 ó 7 días. Puede producir efectos colaterales y toxicidad. Investigaciones recientes han revelado que cepas de Giardia aisladas de pacientes que no se han curado con metronidazol, son resistentes invitro a esta droga. Estos hallazgos y la publicación de algunos casos que no se han curado con los nitroimidazoles son una voz de alerta sobre la posible resistencia de los protozoos a estos medicamentos.
Toxoplasmosis (cie-10-b 58)
Es
una toxiinfección ampliamente diseminada en numerosas especies animales y el
hombre. El agente causal fue identificado en 1908 pero la importancia de la
infección crónica y la prevalencia se reconocieron en los '50. Toxoplasma
gondii es un protozoario coccidio (clase Sporozoea subclase Coccidia,
familia Sarcocystidae, Subfamilia Toxoplasmatinae, género Toxoplasma,
especie gondii) parásito intracelular obligado. Presenta tres genotipos: el II
es el que afecta al hombre y el III es más frecuente en los animales. Tiene
tres formas: taquizoíto o endozoíto (forma proliferativa por endodiogenia en la
fase aguda de la enfermedad), quiste hístico con una membrana formada por el
parásito y que contiene alrededor de 3.000 bradizoítos (reproducción lenta
también por endodiogenia), ooquiste (resultado de la reproducción sexuada en el
intestino de los felinos).
Es
una zoonosis de distribución universal. Los huéspedes definitivos o completos
del parásito son los felinos (gato, gato montés, puma, lince, etc.) y los
huéspedes intermediarios o incompletos, el hombre y las aves. El principal
reservorio es el gato que se contagia por el consumo de otros animales
infectados (roedores, aves). En el intestino de los felinos se cumple el ciclo
sexual del parásito y eliminan diariamente millones de ooquistes hasta tres
semanas después de la infección. El 25-45% de los gatos son seroreactivos y el
1 % excreta ooquistes. Las encuestas seroepidemiológicas revelan que alrededor
del 50 % de los adultos han adquirido la infección.
La
mayoría de las infecciones se adquieren por el consumo de tejidos de mamíferos
(porcino, ovino, caprino, bovino, etc.) crudos o insuficientemente cocidos que
contienen bradizoítos (quistes tisulares) o por el agua y los alimentos
contaminados con ooquistes eliminados en las heces de los gatos parasitados y,
raramente, por la leche de cabras y de vacas infectadas que pueden contener
taquizoítos. Los vectores mecánicos coprófagos (moscas, cucarachas) pueden
contaminar los alimentos. La destrucción de la membrana quística por digestión
libera los trofozoítos que penetran en las células del sistema
reticuloendotelial. Se multiplican activamente en el interior de la célula y la
ocupan dando un pseudoquiste que se rompe y libera los parásitos que invaden
otras células del mismo tejido o se diseminan por vía linfohemática.
En esta
última eventualidad, se producen adenitis regional y la parasitemia puede durar
horas o días. La respuesta immune provoca la destrucción de los trofozoítos
libres y la multiplicación intracelular se enlentece. La inmunidad específica
está mediada por anticuerpos y linfocitos T. Los anticuerpos Ig M aparecen a
partir de la primera semana de infección y los Ig G desde la segunda semana. Otras
vías de transmisión son: vertical (madre-hijo), transfusional y por transplante
de órganos.
Toxoplasma
gondii, fue descubierto en 1908 por Nicolle y Manceaux, en Túnez, en el roedor
africano Ctenodactylus gundi; simultáneamente Splendore en Brasil lo encontró
en conejos. Durante aproximadamente 30 años, el parásito fue poco conocido y no
se le dio importancia desde el punto de vista humano. Janku en 1923, en Praga,
descubrió la coriorretinitis toxoplasmósica y se informó el primer caso en una
niña recién nacida. Posteriormente Wolff y colaboradores en 1939 demostraron
que el parásito causaba meningoencefalitis congénita. Un paso muy importante
para el diagnóstico de la infección se dio en 1948, cuando Sabin y Feldman
establecieron una reacción serológica. Un año después Frenkel descubrió una
prueba de hipersensibilidad, útil tanto para el diagnóstico de las formas
crónicas como para los estudios epidemiológicos. En 1970, Frenkel en Estados
Unidos y Hutchison, en Inglaterra, lograron establecer su verdadera forma de
transmisión en la naturaleza, al encontrar que T. gondii era un parásito del
intestino de los gatos y las formas infectantes salían en las materias fecales
de estos animales.
Su nombre se deriva de la palabra griega "toxon", que significa arco, por su morfología curva o de medialuna. En la infección
aguda se encuentra la forma proliferativa o taquizoíto, término que se refiere
a los parásitos extraepiteliales que se multiplican rápidamente. Su tamaño es
de 4 a 6 micras de longitud, por 2 a 3 de ancho. Cuando se hacen coloraciones
con Wright o Giemsa, además de observar su forma arqueada, con un extremo más
delgado, se encuentra que su citoplasma se tiñe de azul pálido y su núcleo
paracentral, de color rojizo. Al microscopio electrónico se observa la morfología
característica en medialuna. En las infecciones crónicas los quistes son las
formas predominantes. Estos aparecen en el ciclo de vida del parásito,
inducidos por el estado inmunitario del huésped. Los quistes poseen una
membrana propia y miden entre 20 y 200 micras, de forma generalmente
redondeada, algunas veces alargada. En su interior se encuentran cientos de
parásitos conocidos como bradizoítos, término que señala los elementos extraepiteliales
que se forman por multiplicación lenta.
El
ciclo de T. gondii corresponde al de las Coccidias, las cuales presentan un
ciclo entero-epitelial, en donde aparecen formas sexuadas y asexuadas. El gato
y algunos felinos son los huéspedes definitivos de T. gondii. El taquizoíto
mide 6 micras de longitud por 2 de ancho. Su forma es alargada y un poco
arqueada, con una membrana externa compuesta por laminina unida a proteínas y
otra membrana interna, ambas interrumpidas en uno de sus lados por el
microporo. El núcleo se tiñe con facilidad con colorantes comunes. Al
microscopio electrónico se observan varias estructuras semejantes a las mencionadas para los merozoítos de Plasmodimn, ya que ambos
parásitos tienen las características del filum Apicomplexa. En el citoplasma se
les visualiza el citoesqueleto con los microtúbulos y en la paite anterior se
localizan las roptrias y los anillos polares. Tienen, además, los micronemas,
mitocondrias, aparato de Golgi y varios granulos.
En el intestino tiene reproducción sexuada y luego se desarrollan los ooquistes que salen con las materias fecales. Estos miden de 10 a 12 micras y son casi esféricos. En el medio ambiente los ooquistes maduran en 1 a 2 días y en su interior se forman 2 esporoquistes, cada uno de los cuales contiene 4 esporozoitos. En el gato y otros felinos, además del ciclo enteroepitelial, también pueden coexistir invasiones extraintestinales, pues los taquizoítos por vía linfática o sanguínea se diseminan a todos los órganos en donde se forman quistes. El hombre y los animales se infectan mediante la ingestión de los ooquistes procedentes de las materias fecales de gato o de las formas quísticas presentes en tejidos de otros animales, en los cuales ocurren invasiones extraintestinales haciendo un ciclo incompleto, como huéspedes intermediarios. En estos casos existe inicialmente una infección aguda con reproducción intracelular de los taquizoítos. Cuando el huésped desarrolla inmunidad la infección se hace crónica y se forman los quistes con los bradizoítos. Los felinos se infectan al ingerir ooquistes y después de 20 a 24 días aparecen nuevas formas infectantes del parásito que salen en materias fecales. Si el animal ingiere tejidos con bradizoítos enquistados, como ocurre al comer un ratón infectado, el período prepatente se reduce 3 ó 4 días.
La
severidad del síndrome clínico es determinada por el grado de necrosis celular
y de la reacción inflamatoria. El daño producido por el parásito en la fase
aguda depende del número de taquizoítos que proliferan en las células. En la fase
crónica ocurre una reacción de hipersensibilidad al romperse los quistes con
salida de antígenos que reaccionan localmente. El parásito penetra la pared
intestinal y siguiendo la vía linfática o hemática se disemina a una gran
variedad de tejidos. Los taquizoítos se reproducen intracelularmente y pasan de
célula a célula causándole la muerte, esta proliferación constituye la forma
activa de la toxoplasmosis. La diseminación a los diferentes órganos se hace a
partir del sitio de la infección, pasando a la circulación directamente o
llevados por macrófagos, linfocitos o granulocitos. En infecciones accidentales
de laboratorio, se ha observado que después de la lesión aparece linfoadenitis
regional con posterior diseminación hematógena.
Después de 1 a 2 semanas,
cuando se desarrolla la inmunidad, la proliferación del parásito disminuye y
comienzan a aparecer bradizoítos enquistados en los tejidos. Los parásitos
intracelulares forman su propia pared, dando origen a los quistes, que cuando
están íntegros, no tienen reacción inflamatoria alrededor. En los tejidos, estos
quistes son semejantes a los de otros protozoos. Los ganglios están aumentados
de tamaño, hay hiperplasia de las células reticulares, semejantes a un granuloma,
a veces con células epitelioides, principalmente en los folículos germinativos.
Raras veces se encuentra el parásito en los cortes histológicos y para su
hallazgo es necesario hacer una intensa búsqueda.
Cuando hay diseminación a los pulmones, los macrófagos alveolares y otras células pueden estar parasitadas. Aparecen focos de necrosis, pero no se forman abscesos o cavidades. En el hígado se ha descrito hepatitis toxoplasmósica. En el sistema nervioso central, T. gondii produce encefalitis, más frecuente en pacientes inmunosuprimidos. Hay invasión de taquizoítos a las células nerviosas, más adelante hay reacción inflamatoria en los nódulos gliales, muerte de las células produciendo zonas de infarto, calcificaciones y generalmente abundantes quistes, con poca o ninguna reacción inflamatoria alrededor, cuando no se han roto.
Los ojos constituyen una localización importante y frecuente del parásito. Se produce retinocoroiditis o uveítis anterior granulomatosa, intensa inflamación de la retina, presencia de quistes y cicatrizaciones. La retina y la coroides muestran varios grados de necrosis y dentro de las células retinianas se observan los parásitos, en su mayoría en forma quística. Cuando existe necrosis retiniana se observan gránulos dispersos derivados del pigmento epitelial, infiltración linfocitaria perivascular, edema, gliosis y degeneración de la membrana. Si hay ruptura del quiste, el infiltrado leucocitario es abundante. La necrosis celular por los taquizoítos da una menor inflamación que la ruptura de quistes, los cuales liberan sustancias antigénicas que desencadenan hipersensibilidad, con extensas áreas inflamatorias.
En el embarazo, cuando existe diseminación hematógena, se puede infectar la placenta, en donde se forman acúmulos de taquizoítos y quistes en corion, decidua y cordón umbilical. En algunos casos pueden ocurrir abortos o mortinatos. En el feto existe invasión de taquizoítos a las visceras, incluyendo el sistema nervioso central. La necrosis tisular ocurre por infarto, al existir un daño vascular. Las lesiones ocurridas alrededor del acueducto de Silvio y de los ventrículos llegan a causar alteraciones en la circulación del líquido, con obstrucción, aumento de la presión intracraneana, daño de los tejidos por la compresión e hidrocefalia. Microscópicamente se comprueba la necrosis y la infiltración inflamatoria de polimorfonucleares, linfocitos, proliferación glial y depósitos de calcio alrededor de los capilares o de neuronas. El parásito persiste dentro de los quistes; si éstos se rompen aparece una intensa reacción inflamatoria a su alrededor.
Cuando hay diseminación a los pulmones, los macrófagos alveolares y otras células pueden estar parasitadas. Aparecen focos de necrosis, pero no se forman abscesos o cavidades. En el hígado se ha descrito hepatitis toxoplasmósica. En el sistema nervioso central, T. gondii produce encefalitis, más frecuente en pacientes inmunosuprimidos. Hay invasión de taquizoítos a las células nerviosas, más adelante hay reacción inflamatoria en los nódulos gliales, muerte de las células produciendo zonas de infarto, calcificaciones y generalmente abundantes quistes, con poca o ninguna reacción inflamatoria alrededor, cuando no se han roto.
Los ojos constituyen una localización importante y frecuente del parásito. Se produce retinocoroiditis o uveítis anterior granulomatosa, intensa inflamación de la retina, presencia de quistes y cicatrizaciones. La retina y la coroides muestran varios grados de necrosis y dentro de las células retinianas se observan los parásitos, en su mayoría en forma quística. Cuando existe necrosis retiniana se observan gránulos dispersos derivados del pigmento epitelial, infiltración linfocitaria perivascular, edema, gliosis y degeneración de la membrana. Si hay ruptura del quiste, el infiltrado leucocitario es abundante. La necrosis celular por los taquizoítos da una menor inflamación que la ruptura de quistes, los cuales liberan sustancias antigénicas que desencadenan hipersensibilidad, con extensas áreas inflamatorias.
En el embarazo, cuando existe diseminación hematógena, se puede infectar la placenta, en donde se forman acúmulos de taquizoítos y quistes en corion, decidua y cordón umbilical. En algunos casos pueden ocurrir abortos o mortinatos. En el feto existe invasión de taquizoítos a las visceras, incluyendo el sistema nervioso central. La necrosis tisular ocurre por infarto, al existir un daño vascular. Las lesiones ocurridas alrededor del acueducto de Silvio y de los ventrículos llegan a causar alteraciones en la circulación del líquido, con obstrucción, aumento de la presión intracraneana, daño de los tejidos por la compresión e hidrocefalia. Microscópicamente se comprueba la necrosis y la infiltración inflamatoria de polimorfonucleares, linfocitos, proliferación glial y depósitos de calcio alrededor de los capilares o de neuronas. El parásito persiste dentro de los quistes; si éstos se rompen aparece una intensa reacción inflamatoria a su alrededor.
El
período de incubación es de 5-23 días. La mayoría de las infecciones son
asintomáticas. Se estima que hasta el 20 % de las personas inmunocompetentes
tienen manifestaciones clínicas. Puede cursar como un sindrome mononucleósico
autolimitado: formas ganglionar (adenomegalias de la cadena cervical) y
exantemo-ganglionar (adenomegalias y exantema, habitualmente eritemato-máculo-papular)
con síntomas generales como febrícula/fiebre, odinofagia, astenia y
hepatomegalia. La infección aguda excepcionalmente presenta otras
manifestaciones como hepatitis, neumonitis, miocarditis, encefalitis,
coriorretinitis. En los huéspedes inmunodeficientes la infección es grave y
afecta el sistema nervioso central y el miocardio.
La
mayoría de las infecciones transcurren en forma asintomática o con ligera
sintomatología no específica. Son frecuentes los hallazgos ocasionales de
anticuerpos circulantes, sin que previamente hubieran existido síntomas de la
infección inicial. Las infecciones crónicas son más frecuentes que las agudas.
Las principales formas clínicas de la enfermedad son:
La forma aguda generalizada o febril exantemática es rara y con frecuencia no se diagnostica. Después de un período de incubación de unos 5 a 18 días, aparece bruscamente un síndrome febril de tipo séptico, con fiebre alta, escalofríos, sudoración, cefalea, astenia y anorexia, rara vez exantema. Es frecuente, además, el dolor faríngeo, tos y expectoración. En los casos severos se presentan trastornos gastrointestinales, como dolor abdominal, náuseas, vómito, diarrea o constipación. Existe compromiso de los ganglios mesentéricos, los cuales aumentan de tamaño. Si la vía de entrada por inoculación accidental es la mano, aparece linfoadenitis epitroclear y axilar y al tercer día erupción cutánea maculopapular generalizada, no pruriginosa, sin compromiso de palmas y plantas. Con frecuencia se presentan mialgias y artralgias. En los casos severos la enfermedad se puede manifestar clínicamente como una encefalitis, hepatitis o miocarditis.
Es
la forma clínica más común de la toxoplasmosis adquirida y se presenta
principalmente en niños y adultos jóvenes. Puede transcurrir inicialmente en
forma asintomática o con ligeros síntomas. El período de incubación varia entre
2 semanas y 2 meses. El cuadro clínico más frecuente es un síndrome febril con
las características descritas en la forma aguda, en el cual predominan las
poliadenopatías. Los ganglios linfáticos más fácilmente reconocibles son los
cervicales, suboccipitales, de la cadena espinal y con menor frecuencia en
otros sitios. Los ganglios están aumentados de tamaño, de consistencia dura y dolorosa.
A veces está asociada a faringitis de tipo granulomatoso. En general, la
evolución es benigna, pero después de varias semanas o meses, desaparece el
cuadro característico pero persiste por mucho tiempo la astenia y las
adenopatías. Excepcionalmente existen complicaciones graves. Durante la
enfermedad se presenta anemia moderada y leucopenia con linfomonocitosis, que
tarda varios meses en desaparecer. La toxoplasmosis ganglionar puede confundirse
con mononucleosis infecciosa, por este motivo se le llama también forma pseudomononucleósica.
Las pruebas serológicas hacen el diagnóstico diferencial entre las dos entidades.
Existen también formas más benignas en las que prima el cuadro ganglionar, pero
con fiebre baja o sin ella. Generalmente esta forma es transitoria y en muchos
casos pasa inadvertida para el paciente.
La toxoplasmosis ocular aparece a cualquier edad y se
considera que puede ser debida a una infección prenatal, con recidivas
posteriores. La localización ocular de la toxoplasmosis adquirida después del
nacimiento es rara. La complicación a nivel ocular puede aparecer tanto por
infecciones agudas como crónicas. La lesión ocular se caracteriza por inflamación
granulomatosa del tracto uveal, la cual comienza por la retina y luego
compromete la coroides. Esta inflamación dura semanas o meses. La
retinocoroiditis por lo general es unilateral, de preferencia en la región macular.
La lesión es casi siempre redondeada con bordes pigmentados y la parte central
blanquecina. En casos severos se puede presentar desprendimiento de retina y vitreo
hemorrágico.
Cuando
la madre se infecta por primera vez durante el embarazo, los parásitos invaden
las células y se presenta parasitemia por donde se hace invasión a todos los
órganos, incluyendo la placenta y por lo tanto existe el riesgo de transmisión
congénita en el 65% de los fetos cuyas madres tuvieron la infección en el
último trimestre. Esta cifra baja a 25% y 17%, cuando la infección fue
adquirida en el segundo y primer trimestres. La infección en la madre es
generalmente benigna o transcurre asintomática. Si la infección fue adquirida
antes de la gestación, el niño no desarrolla infección congénita. También se
acepta que una madre que dio a luz un niño con toxoplasmosis, no vuelve a tener
otro con la enfermedad. Se han descrito casos de abortos o mortinatos en
infecciones recientes, pero no hay evidencia definitiva de abortos a
repetición, asociados a la toxoplasmosis. La infección congénita ocurre casi
exclusivamente cuando la mujer embarazada adquiere la infección siendo seronegativa.
De los recién nacidos infectados, 70% son asintomáticos. 20% tienen una forma aguda generalizada o
secuelas neurológicas y el 10% presentan compromiso ocular solamente. Los síntomas
que aparecen en el recién nacido dependen del momento de la infección del feto.
Existen 3 etapas: infección generalizada, encefalitis aguda y secuelas
irreversibles.
El diagnóstico serológico es por la Prueba de Sabin Feldman o Dye test (detecta Ig G, se positiviza a partir de la segunda semana); inmunofluorescencia indirecta (Ig M reactiva a partir del 5o día, Ig G); ELISA para Ig M, Ig G, Ig A e Ig E; aglutinación por inmunoabsorción o técnica de inmunocaptura (ISAGA) detecta anticuerpos Ig M, Ig A; hemaglutinación indirecta ( para control y encuestas de prevalencia): hemaglutinación directa (no se usa como método único); fijación de complemento (escasa utilidad). Los anticuerpos Ig M se mantienen detectables alrededor de un año.
La
toxoplasmosis es una enfermedad de difícil diagnóstico parasitológico, pues no
es fácil demostrar el agente etiológico y establecer la relación entre
infección y enfermedad. Clínicamente se debe diferenciar de varias entidades,
de acuerdo a la localización de las lesiones predominantes. En la toxoplasmosis
aguda se requiere hacer un diagnóstico diferencial con cualquier síndrome
febril con o sin exantema, especialmente con aquellos que presentan adenopatías,
como mononucleosis infecciosa, por tener cuadros clínicos que se confunden.
También se pueden comportar como una fiebre tifoidea o una brucelosis. La forma
ganglionar semeja con frecuencia linfomas incipientes. En los casos severos que
presentan encefalitis, hepatitis, neumonitis o miocarditis, se deben descartar otras
etiologías que tengan estos mismos cuadros clínicos.
Cuando existe compromiso ocular, es necesario considerar todas las causas de uveítis endógena, en especial tuberculosis, histoplasmosis, sífilis y citomegalovirus. La toxoplasmosis congénita presenta una amplia gama de manifestaciones clínicas, según la intensidad de la infección, el momento de su aparición y las secuelas. En el recién nacido se deben descartar enfermedades como sífilis, sepsis, eritroblastosis fetal, infecciones por virus de inclusión citomegálica y otras entidades. En todo niño con encefalitis es necesario pensar en toxoplasmosis. El laboratorio es básico para definir la etiología de la enfermedad.
Cuando existe compromiso ocular, es necesario considerar todas las causas de uveítis endógena, en especial tuberculosis, histoplasmosis, sífilis y citomegalovirus. La toxoplasmosis congénita presenta una amplia gama de manifestaciones clínicas, según la intensidad de la infección, el momento de su aparición y las secuelas. En el recién nacido se deben descartar enfermedades como sífilis, sepsis, eritroblastosis fetal, infecciones por virus de inclusión citomegálica y otras entidades. En todo niño con encefalitis es necesario pensar en toxoplasmosis. El laboratorio es básico para definir la etiología de la enfermedad.
Tratamiento: Está indicado sólo en la infección aguda en la gestante, el inmunocomprometido y en la complicada. De elección, pirimetamina+sulfadiazina; alternativa, clindamicina+espiromicina. Las dosis son: pirimetamina 1 mg/kg/día por 3 días y la de mantenimiento 1 mg/kg/día, sulfadiazina 75-100 mg/kg/día en dos dosis; espiramicina 100 mg/kg/día en dos dosis. Cuando se utiliza pirimetamina se debe agregar ácido folínico 5-10 mg tres días/semana.
Las medidas de profilaxis primaria en las personas susceptibles, de particular interés en embarazadas e inmunocomprometidos son:
- Comer la carne bien cocida (temperatura mayor de 66º C el tiempo suficiente.
- No consumir leche no pasteurizada ni huevos crudos.
- Usar guantes durante la preparación de alimentos crudos, la realización de tareas de jardinería y la limpieza de las heces y arena o piedras donde defeca el gato.
- Alimentar al gato con alimentos secos, enlatados o hervidos y evitar la caza.
- Evitar el contacto con gatos vagabundos.
"SOMOS
LO QUE HACEMOS REPETIDAMENTE. EXCELENCIA, POR LO TANTO, NO ES UN ACTO SINO UN
HABITO" - ARISTOTELES
Comentarios
Publicar un comentario