CAMBIO CLIMÁTICO Y PATÓGENOS EMERGENTES EN LAS ETA DEL SIGLO XXI (Parte 2)
"Los lugares más obscuros del
Infierno, están reservados para los que mantienen su neutralidad en épocas de
crisis moral" (La Divina Comedia - Dante Alighieri)
Cambio
Climático y Patógenos Emergentes en las ETA del siglo XXI
(Parte 2)
A menudo, los alimentos proceden de zonas
ajenas a los límites de la Unión Europea, donde el impacto del cambio climático
es más relevante. Sin embargo, estos países deben ser capaces de producir
alimentos dentro de las normas de seguridad alimentaria europea y éstas deben
exigirse por los importadores. Esto pone de relieve la importancia de
herramientas como el Sistema APPCC (Análisis de Peligros y Puntos de Control Crítico) para identificar en
etapas tempranas riesgos dentro de la cadena alimentaria, que pueden ocurrir
por el cambio climático. Estas zonas podrían localizarse por el desarrollo de
un claro proceso de intensificación agrícola, inundaciones cíclicas o nuevas
incorporaciones a la producción de alimentos. Las altas temperaturas podrían
provocar un incremento de patógenos y micotoxinas en toda la cadena alimentaria. Resulta imprescindible desarrollar técnicas
de evaluación del riesgo para poder identificar áreas de focalización de
peligros alimentarios, así como posibles técnicas de mitigación de los mismos.
Algunas de las conclusiones del estudio británico se derivan del hecho de que
el aumento progresivo de las temperaturas podría provocar un incremento en el
número de microorganismos patógenos y de micotoxinas en toda la cadena alimentaria, desde la producción hasta el consumo.
Tanto el procesamiento como el transporte y
almacenamiento de los alimentos pueden incrementar los riesgos, pero hay poca
información sobre cómo estos se alteran con el cambio climático. Por otra parte,
este aumento de temperaturas puede provocar que microorganismos y enfermedades
de origen alimentario propias de otras latitudes más cálidas se desarrollen en
nuestro entorno. Otro punto destacable es que las cada vez más frecuentes,
largas y severas épocas de sequía, consecuencia del calentamiento global,
provocarán una mayor necesidad de agua de riego que hará que el riesgo de
microorganismos patógenos sea más elevado. Por otro lado, las previsibles
inundaciones son uno de los mecanismos para el transporte de agentes patógenos
y sustancias químicas en suelo agrícola que puede aumentar.
Los patógenos más beneficiados por el cambio
climático y que más preocupan son los de dosis infectivas bajas, como protozoos
parásitos o bacterias como Shigella, y los de mayor persistencia ambiental,
como los virus gastrointestinales. También favorece el crecimiento de patógenos
con gran tolerancia térmica y condiciones extremas de pH, mientras otros, como
Salmonella y E. coli enterohemorrágica, aumentan su competitividad. Además, se
prevé una probable alteración del uso de plaguicidas y medicamentos
veterinarios. La mayor utilización de medicamentos veterinarios puede aumentar la prevalencia de patógenos
resistentes a los antibióticos. Por último, el estudio pone de relieve la
importancia de los equipos de vigilancia epidemiológica, cuya labor será cada
vez más importante. Además, es fundamental desarrollar métodos de detección
rápida de patógenos y productos químicos en los alimentos y en los seres
humanos y para comunicar con rapidez a los organismos reguladores para que
estos realicen, en poco tiempo, las oportunas recomendaciones y acciones.
Algunos agentes patógenos se transfieren de los animales a los seres humanos,
por lo que el seguimiento de la salud animal puede permitir detectar las amenazas antes de que la infección humana
se produzca. Ya que es un problema global, resulta lógico pensar que los países
deberían adoptar todas las acciones y medidas posibles. El trastorno de un
ecosistema es una de las maneras más profundas en las cuales el cambio
climático puede afectar la salud humana. El control de los animales nocivos es
uno de los servicios de la naturaleza que más se desprecia. Los ecosistemas que
funcionan bien ayudan a que los organismos nocivos sean controlados. Las
enfermedades oportunistas transmitidas por roedores son, entre otras, el
hantavirus, una infección pulmonar altamente letal que causó la primera
erupción humana en el sur de los Estados Unidos de América en 1993 y que ha generado
brotes en Europa y Sudamérica en la última década; la peste, enfermedad
histórica que causó enormes epidemias en siglos pasados y es transmitida de los
roedores a los humanos por pulgas y que ha reaparecido en África y la India
como resultado de las grandes sequías seguidas de inundaciones y que se ha
favorecida por las condiciones deficientes de higiene.
El cambio climático además
de exacerbar las enfermedades transmitidas por vectores señaladas
anteriormente, puede también aumentar la frecuencia de enfermedades
transmitidas por el agua. El aumento en la frecuencia y duración de sequías e
inundaciones pueden afectar y disminuir el acceso a fuentes seguras de agua
potable, además de que la falta de este útil líquido durante una sequía
interfiere con una higiene adecuada. Las inundaciones pueden afectar los
desagües y otras fuentes de microorganismos patógenos incrementando así la
frecuencia de enfermedades diarreicas. Sin embargo, aquí también
es difícil predecir los impactos potenciales del cambio climático sobre las
enfermedades relacionadas con el agua porque el acceso a una fuente de agua
sana depende principalmente de factores socio-económicos. Se ha formulado la
hipótesis de que las temperaturas anormalmente elevadas del mar asociadas con
el fenómeno de El Niño en los años 1991 y 1992 contribuyeron a la primer
epidemia del siglo XX de cólera en Sudamérica.
Las corrientes marinas de
agua caliente desencadenan el florecimiento de algas tóxicas que pueden
favorecer la proliferación de organismos patógenos como el Vibrio cholerae, el
agente causal del cólera. Algas y patógenos contaminan a peces y moluscos a
través de los cuales se puede transmitir la enfermedad a los humanos
consumidores. De lo expuesto anteriormente, se puede deducir que la investigación
y el monitoreo de las enfermedades que se sospecha son causadas o exacerbadas
por un potencial cambio climático son sumamente complejos. Los patrones
diversos y muchas veces no lineales de las respuestas biológicas al cambio
climático indican que los modelos cuantitativos muchas veces no serán
suficientes para pronosticar los impactos a la salud humana. La vulnerabilidad distinta
de cada población alrededor del mundo y los cambios continuos en la salud,
hacen que el pronóstico de las influencias climáticas sobre la salud sean
altamente problemáticas. Sin embargo, es importante tener claro que la falta de
certeza de los efectos adversos del cambio climático sobre la salud no deben de
ser interpretados como la certeza de que no existan tales efectos adversos.
Los
daños a la salud humana causados por el cambio climático dependerán en gran
medida de los pasos que se tomen para prepararse frente a estos peligros:
1. Puesta en marcha de
buenos sistemas de vigilancia del clima en su conjunto de manera que sea posible
a pronosticar cuando existen condiciones climatológicas o ambientales que
pueden conducir a epidemias.
2. Aplicación de buenos
sistemas de vigilancia para la emergencia o resurgencia de enfermedades
infecciosas transmitidas por vectores o por el agua a fin de lanzar rápidamente
medidas que controlen la proliferación de insectos o roedores e informar al
público sobre cómo protegerse o qué hacer en caso de contagio.
3. Estudiar y abarcar los
riesgos a la salud humana dentro de un marco basado en la ecología, evaluando
los posibles impactos del cambio climático sobre la variedad de especies que
conforman al ecosistema.
4. Implementación de una
colaboración intersectorial de manera que todo lo pertinente a la salud humana
sea considerado dentro de técnicas de manejo ambiental. Por ejemplo, el sector
salud podría utilizar información generada por los pronósticos del clima para
elaborar una planeación más proactiva en este campo.
Los puntos anteriores
permitirán abordar el problema serio, aunque a veces subestimado, del impacto
del cambio climático a la salud humana. Un cambio climático no solamente puede
exacerbar los problemas actuales de salud, también puede traer problemas de
salud no esperados en la población humana. La Organización Mundial de la Salud
(OMS) ha recomendado una serie de estrategias para tratar de aminorar los
impactos a la salud que se han pronosticado, las cuales incluyen: monitoreo de
las enfermedades infecciosas, preparación para desastres, mejora de los
sistemas de alerta tempranos, mejora del control de la contaminación de agua y
aire puesta en marcha de programas de entrenamiento de investigadores y
profesionales de la salud. Como respuesta a los requisitos establecidos por la
Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático (UNFCCC, por sus
siglas en inglés) se creó la Agencia Intersecretarial sobre la Agenda Climática
en la cual participa la OMS.
Proporciona información
sobre los aspectos relacionados con la salud de la Agenda Climática dentro del
campo general de “estrategias de evaluación de impactos y respuesta climáticos
para reducir la vulnerabilidad”. La OMS ha estado trabajando con la
Organización Meteorológica Mundial y el Programa de las Naciones Unidas para el
Medio Ambiente (WMO y UNEP, por sus siglas en inglés, respectivamente)
enfocando sus esfuerzos en tres áreas: formación de capacidades, intercambio de
información y promoción de la investigación. Por otra parte, el Sistema
Global de Observación del Clima (GCOS, por sus siglas en inglés) es un esfuerzo
de colaboración entre el WMO, la UNEP y la Comisión Intergubernamental
Oceanográfica de la UNESCO y está destinado a ser un sistema de observación
global a largo plazo para monitorear de cerca el clima, la variabilidad
climática y el cambio climático.
Siguiendo el “principio precautorio”, que
implica actuar aún en ausencia de pruebas científicas totalmente contundentes,
es indispensable ahondar en los estudios que relacionen la salud humana con el
cambio climático. Sin embargo, la complejidad de las vías a través de las
cuales el cambio climático puede afectar la salud humana dificulta los
pronósticos de cómo, cuándo y en qué grado el cambio climático global influirá
sobre el bienestar de los seres humanos.
Es muy razonable anticipar
variaciones en el riesgo de enfermedades y daños físicos como consecuencia de
dicho cambio global. Los riesgos incluyen como ya se mencionó: olas de calor y
aumento en la contaminación, aumentan en la frecuencia e intensidad de sequías
e inundaciones, brotes de epidemias de enfermedades transmitidas por vectores y
a través del agua. Enfermedades como la malaria, el dengue, la fiebre amarilla,
el cólera han resurgido o cobrado nueva fuerza en los últimos años y al parecer
el cambio climático global es una de sus causas posibles. El prospecto de un
cambio climático que afecte la salud humana produce un desafío importante para
los científicos y los tomadores de decisiones.
Para los científicos es
difícil identificar los impactos del clima actual sobre la salud debido a la
gran cantidad de factores sociales, tecnológicos, demográficos y ambientales
que hay que tomar en cuenta para los estudios y los modelos computacionales.
Para los tomadores de decisiones, lo importante es seleccionar acciones que
proporcionen beneficios sobre una gran variedad de posibilidades futuras de
cambio climático y que minimicen los costos económicos actuales, los cuales
pueden causar en sí mismos impactos negativos en la salud pública. A pesar de
estas dificultados, sería muy prudente asegurarse de que los sistemas de salud
nacionales estén preparados e informados, y que existan amplios programas de
prevención de efectos nocivos del cambio climático sobre la salud humana.
2. Patologías
humanas, agua y cambio climático
Las infecciones en el
hombre están íntimamente relacionadas con el medio ambiente, en especial
aquellas transmitidas por vectores, aguas y alimentos. El cambio ambiental
tiene un gran potencial de selección de distintas enfermedades infecciosas, lo
cual favorece la aparición de epidemias. A pesar de ello, establecer una
relación directa causa-efecto, clima-enfermedad, no resulta sencillo debido a
su condición multifactorial. Por ese motivo se han desarrollado distintos
modelos epidemiológicos predictivos teóricos, con el objetivo de determinar el
grado de sensibilidad de las distintas enfermedades a las variaciones
climáticas y su relación con los brotes infecciosos para poder así implementar
medidas preventivas. El cambio climático es un fenómeno emergente con una
distribución no equitativa, ya que los mayores riesgos los padecen las
poblaciones más pobres, que son las que menos contribuyen en la emisión de
gases generadores del efecto invernadero. Un ejemplo de ello es que la emisión
en EE.UU., es 7 veces mayor que en China y 19 veces mayor que en África.
Durante el siglo XX, la
temperatura aumentó aproximadamente 0,6°C. Las proyecciones estiman un aumento
entre 1,4- 5,8ºC de la temperatura en el siglo XXI, con aparición de
temperaturas extremas, inundaciones y sequías que afectaron la fauna y flora
mundial. La Organización Mundial de la Salud (OMS) informa que los efectos del
cambio climático iniciados en 1970 fueron los responsables del aumento de 150.000
óbitos para el año 2000, cifras que aumentarían en el futuro, principalmente en
las poblaciones más vulnerables. El Panel Intergubernamental
para el Cambio Climático agrega que los motivos que generaron el calentamiento
en los últimos 50 años se relacionan fundamentalmente con las actividades del
hombre. La comprensión e
interpretación de la interrelación entre el cambio climático con las
enfermedades infecciosas requieren un conocimiento multidisciplinario, tanto
médico como de biología, entomología, antropología, astronomía, geografía,
ciencias exactas. La atmósfera que rodea al planeta es la que permite mantener
la temperatura ideal para la vida.
Está constituida por 5
capas concéntricas de gases, formadas por nitrógeno y oxígeno como componentes
principales, que filtran las radiaciones solares. La capa más baja es la troposfera, donde se genera la
temperatura de la superficie de la tierra. Está compuesta en mínimas cantidades
(1%) por gases denominados "de
invernadero", como el dióxido de carbono (CO2), metano,
óxido nitroso, entre otros, que son producidos naturalmente y gases industriales
fluorados como hidrofluorocarbonos, perfluorocarbonos y hexafluoruro de azufre,
generados artificialmente. En pequeñas concentraciones, estos gases son vitales
para mantener a la Tierra dentro de temperaturas viables. La
tierra recibe y utiliza la energía solar, y parte vuelve a la atmósfera. Los
"gases de invernadero" absorben esta energía evitando que escapen de
retorno al espacio, calientan tanto la tierra como el aire, y la energía solar
queda atrapada por los gases, del mismo modo en que el calor queda atrapado
detrás de los vidrios de un invernadero, por lo que se lo denomina "efecto
invernadero", descripto por primera vez por Fournier en 1827.
El agua es un elemento
básico para la vida, pero 1,1 billones de personas no tienen acceso a aguas
seguras y 2,4 billones a condiciones básicas de saneamiento. La diarrea infantil
continúa siendo la causa mundial más frecuente de muerte. Predecir los impactos
potenciales del cambio climático en estas enfermedades es complicado, debido a
que el acceso al agua y los alimentos seguros está determinado por condiciones
socioeconómicas locales. La escasez de agua lleva al uso de fuentes
inapropiadas con el aumento del riesgo de infección. Los alimentos también son
fundamentales para la vida. La OMS muestra que 800 millones de personas están
malnutridas. El aumento de la población mundial crea el consecuente incremento de la
demanda de alimentos, deforestación de bosques y uso de cultivos intensivos que
aumentan la producción de gases con efecto invernadero.
Las enfermedades
infecciosas frecuentemente se presentan en forma de brotes. Algunas tienen
ciclos epidémicos independientes de factores externos, como el sarampión, otras
requieren de la combinación de factores tanto intrínsecos como ambientales. Aun
en las situaciones en donde la asociación entre clima y enfermedad parecería
ser muy fuerte, resulta importante considerar que los factores no relacionados
con el clima también pueden tener impacto sobre el momento y gravedad de un
brote. Entre los determinantes más importantes de vulnerabilidad poblacional se
encuentra el nivel nutricional e inmunológico de la población y el antecedente
de exposición a la infección. Está demostrado que, incluso bajo situaciones
ideales de epidemia, para que ello ocurra, es necesaria una determinada
cantidad de personas susceptibles. Existen otros factores extrínsecos que
tienen que ver con el comportamiento humano, posibilidades de acceso sanitario,
habitacionales, migraciones y trabajos.
Un ejemplo es el impacto
que produce la deforestación en la prevalencia de enfermedades transmitidas por
vectores, como paludismo, leishmaniasis y fiebre amarilla, donde las
intervenciones provocan un cambio forzoso del hábitat natural del vector,
desplazándolo de las áreas rurales a las urbanas, o bien exponiendo al hombre a
la adquisición. El cambio climático perturba los ecosistemas naturales y
favorece las condiciones ideales para la propagación de las infecciones y
epidemias, principalmente relacionadas a vectores, agua y alimentos. Como
muchas de las enfermedades infecciosas están en relación directa con las
características geográficas y estacionales, la utilización de parámetros
climáticos como indicadores predictivos de enfermedad es de interés. Resultados
que deberán ser interpretados en su contexto y con precaución. Sin olvidarnos
de que existe una fuerte evidencia sobre la influencia antropológica en la
interacción clima-enfermedad, como es el ejemplo de las migraciones de grupos
poblacionales vinculadas con catástrofes climáticas que se relacionan con
epidemias locales.
Desde 1990, el aumento en
la precisión de los sistemas de predicción climática, conocimientos
epidemiológicos y la mejor comprensión de las interacciones entre el clima y
las enfermedades infecciosas, motivó la necesidad de desarrollar modelos
predictivos de cambios en las enfermedades infecciosas con características
epidémicas. Uno de los sistemas de vigilancia epidemiológica que permiten
predecir la aparición de brotes es el publicado por la OMS en al año 2005,
denominado "early warning system
model"(EWS), realizado con el objetivo de lograr una rápida
identificación de los brotes epidémicos, como primer paso importante para la
implementación de intervenciones eficaces. Este sistema incorpora información
relacionada con el clima, medio ambiente y además utiliza sistemas de
información geográfica (SIG), que posibilitan predecir a través de modelos
matemáticos la aparición de las epidemias, lo cual permite individualizar la
sensibilidad de las distintas enfermedades infecciosas a la variabilidad
climática e identificar aquellas para las cuales las predicciones climáticas
ofrecerían el mayor potencial de control de la enfermedad.
La mayoría de los expertos
coinciden en que las enfermedades infecciosas más frecuentes, en especial las
transmitidas por vectores, son altamente sensibles a las variaciones
climáticas. De acuerdo a los resultados obtenidos del EWS, respecto del riesgo
epidémico y la sensibilidad a las variaciones climáticas, el paludismo dentro de las enfermedades
transmitidas por vectores y el cólera entre
las relacionadas con el agua y los alimentos, fueron aquellas enfermedades
donde se observó una fuerte asociación entre el factor de variación climática y
la epidemia. En otras enfermedades, la variación climática tuvo un rol
importante, pero no determinante, como en leishmaniasis, dengue, encefalitis
virales y meningitis meningocócica, donde aparecen además otros factores
relacionados con la epidemia. En el caso de fiebre amarilla, influenza y
diarrea, la influencia de la variación climática fue moderada, muy baja para
Chagas, parasitosis intestinales, esquistosomiasis y Lyme, y nula para
tuberculosis.
¿Cómo
interviene el clima en las enfermedades infecciosas?: El impacto climático sobre
las enfermedades infecciosas está principalmente relacionado al comportamiento
humano, efectos sobre el patógeno y el vector que provocan la enfermedad. Las
distintas temperaturas y estaciones del año condicionan cambios en el
comportamiento humano, como trabajos, esparcimiento y movilizaciones. Por
ejemplo, el aumento de la transmisión del virus de la gripe en invierno donde
la gente busca lugares cerrados, o el pico de incidencia de gastroenteritis
durante el verano cuando se acostumbra a estar fuera del hogar.Existe una
relación directa entre los factores climáticos y los patógenos que provocan
enfermedades infecciosas. La mayoría de los virus, parásitos y bacterias no
pueden desarrollarse por debajo de ciertos límites de temperatura, como es el
caso de Plasmodium falciparum, que
requiere temperaturas mayores a 18ºC para desarrollarse. La distribución
geográfica y la dinámica poblacional de las enfermedades vectoriales se
relacionan con los patrones de temperatura, lluvias y humedad.
El dengue es la enfermedad
viral más frecuente en el mundo. Aedes
aegypti está bien adaptado al medio urbano, pero no resiste la
desecación. La expansión del área de distribución del Aedes y del dengue están favorecidos por el aumento de la
humedad y la temperatura, como de las lluvias, generados por el cambio
climático. El calentamiento mundial, influye en la aparición del dengue, tanto
por el aumento de las temperaturas y precipitaciones cuanto por los fenómenos
de deforestación, como en Tartagal (Salta), donde el desmoronamiento producido
por las lluvias en regiones deforestadas empeoró la condición epidemiológica. El mayor desarrollo del
Aedes en Bs As, aparecía luego de varios meses con temperaturas sobre los 20ºC
y lluvias acumuladas por sobre los 150 mm. Un marcado descenso se observó por
debajo de los 16,5ºC y no se observó desarrollo por debajo de los 14,8ºC. Los
cambios en la incidencia del dengue no son exclusivamente climatológicos,
existe otros factores relacionados, como la disminución de las medidas de
control del vector y fenómenos de urbanización no planificada que alteran el
hábitat del mosquito. Ejemplos actuales del avance de las enfermedades
vectoriales son la aparición de brotes de dengue en Sudamérica y la aparición
de patologías reemergentes o emergentes en zonas inhabituales, como la fiebre
amarilla y la leishmaniasis visceral en nuestro país.
El acceso a
agua potable y a medios adecuados de saneamiento está ligado directamente a la
salud humana y al desarrollo. Si bien el porcentaje de personas con acceso a
alguna forma de abastecimiento de agua tratada se elevó del 79% en 1990 al 82%
en 2.000, más de mil millones de personas en el mundo carecen de acceso a un
suministro fijo de agua para consumo. Hay 2,4 mil millones de personas -más de
un tercio de la población mundial- que no tienen acceso a un saneamiento
adecuado. Los resultados son devastadores. Más de 2,2 millones de personas, en
su mayoría en los países en vías de desarrollo, mueren cada año por
enfermedades asociadas a condiciones deficientes de agua y de saneamiento. 6,000
niños mueren cada día de enfermedades que pueden prevenirse mejorando las
condiciones de agua y de saneamiento. Más de 250 millones de personas sufren de
dichas enfermedades cada año.
El 70% de la
superficie mundial está cubierto por agua, pero el 97,5% del agua se encuentra
en mares y océanos, es decir, es agua salada. La mayor concentración de agua
dulce se encuentra congelada en los casquetes polares (2,0%) y en el agua
subterránea almacenada hasta los 1.000 m de profundidad (0,5%) superando el
agua fácilmente accesible de lagos y ríos del mundo. La distribución de agua
dulce en el planeta no es equitativa. Aunque muchas regiones cuenten aún con
agua suficiente para cubrir las necesidades de cada individuo, se requiere que
ésta sea manejada y usada adecuadamente. El agua tiene su propia dinámica en el
denominado ciclo hidrológico. A medida que el hombre ha modificado el ciclo
natural para poder utilizar el agua para su provecho, se han generado
diferentes ciclos artificiales o antrópicos del agua que no sólo modifican su
circulación, sino que implican una modificación de sus características, ya que
en estos nuevos ciclos el agua ve alterada su calidad. El agua dulce es un
recurso renovable a través del ciclo hidrológico natural pero es finito. La
contaminación generada por efectos antrópicos agudiza su escasez. En el mundo
de hoy, se gastan y utilizan de manera ineficiente grandes cantidades de agua
y, a menudo, la demanda está creciendo mucho más rápido de lo que la naturaleza
nos puede abastecer. Mientras que la competencia por los recursos hídricos puede
ser fuente de conflicto, la historia nos ha mostrado que el agua compartida
también puede ser un catalizador para la cooperación.
En la
actualidad, cerca del 40% de la población mundial vive en áreas con problemas hídricos
de un nivel moderado-alto. Se estima que para el año 2025 aproximadamente dos
tercios de la población mundial, es decir 6 mil millones de personas, vivirán
en áreas que enfrenten dichos problemas hídricos. El uso del agua se ha
incrementado seis veces durante el último siglo, más del doble de la tasa de
crecimiento demográfico. Las pérdidas de agua debido a filtraciones, conexiones
clandestinas y desechos suman cerca del 50% de la cantidad de agua que se usa
para beber en los países en vías de desarrollo. Alrededor del 90% de las aguas
servidas y el 70% de los desechos industriales en los países en vías de
desarrollo se descargan sin tratamiento alguno, provocando con frecuencia la
contaminación del suministro de agua para consumo.
Los ecosistemas
de agua dulce han sido severamente dañados: se han perdido cerca de la mitad de
los humedales del planeta y más del 20% de las 10.000 especies conocidas de
agua dulce en el mundo se han extinguido. A cualquier hora, la mitad de las
camas de los hospitales del mundo están ocupadas por pacientes que sufren de
enfermedades relacionadas con el agua. En América Latina y el Caribe,
actualmente con una población de casi 500 millones de personas, cerca del 85%
de la población cuenta con servicios de agua potable, ya sea con conexión o con
fácil acceso a una fuente pública. Estas estimaciones de la cobertura sugieren
que los niveles de servicio son relativamente altos. Sin embargo, no
hay equidad en el acceso y uso de estos servicios y se observan grandes
disparidades entre zonas urbanas y rurales. En cuanto al saneamiento, el
problema es aún más preocupante, pues 37 millones de habitantes urbanos y 66
millones de habitantes rurales carecen de estos servicios básicos. Solamente el
13,7% de las aguas residuales procedentes de 241 millones de habitantes, cuyas
viviendas están conectadas a redes de alcantarillado, recibe algún tratamiento,
lo que significa que aproximadamente las aguas servidas procedentes de 208
millones de habitantes son descargadas a los cuerpos receptores sin tratamiento
alguno.
América del Sur produce alrededor del 26% de los recursos hídricos
mundiales. Tiene una moderna red hidrológica con cerca de 6.000 estaciones. El
promedio de precipitaciones es de 1.600 mm por año. Las precipitaciones pueden
ser muy escasas (20 mm/año en el desierto de Atacama) o muy abundantes (4.000
mm en los Andes al Sur de Chile). El Amazonas es el mayor río del mundo pero el
Río de la Plata, el Orinoco, el Paranaiba y el San Francisco también son muy
importantes. La descarga promedio en América del Sur para el período 1921-1985
se estimó en 12.000 km3 por año. Hay acuíferos, lagos y reservorios muy grandes
y productivos pero la alta densidad de población en ciertas zonas y la falta de
tratamiento de los vertidos urbanos causan problemas de contaminación.
"SOMOS LO QUE HACEMOS REPETIDAMENTE. EXCELENCIA, POR LO TANTO, NO ES UN ACTO SINO UN HABITO"
ARISTOTELES
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