Guía Práctica del laboratorio microbiológico en agua y alimentos (Parte VI)
"Lo poco que hoy soy, lo soy en razón de todo lo que he aprendido"
(El Autor)
GUÍA PRACTICA del LABORATORIO MICROBIOLOGICO
en AGUA y ALIMENTOS (Parte VI)
j. ÁCIDOS
ORGÁNICOS
Los
ácidos orgánicos y sus ésteres se hallan muy difundidos en la naturaleza. Se
encuentran con frecuencia en frutas; por ejemplo, el ácido cítrico de los
frutos cítricos, el ácido benzoico en arándanos agrios y las ciruelas verdes,
el ácido sorbico en la fruta del fresno. El ácido láctico se encuentra en los
tejidos animales; el galato de metilo en las hojas de diversos géneros de
plantas y en las especias se encuentran varios ácidos orgánicos. Muchos de
ellos constituyen metabolitos intermediarios y productos finales del
metabolismo microbiano y se encuentran en grandes cantidades en muchos
productos lácticos, cárnicos y vegetales fermentados. Nuestros antepasados
descubrieron que los cambios deseables desarrollados sobre el aroma y la
textura de estos productos y la acidez provocada por la formación de ácidos
orgánicos constituía un medio valioso para retrasar o evitar la alteración
proteolítica. Ello permitió conservar almacenados muchos alimentos perecederos
y hacer la dieta más variada. Hoy en día muchos fabricantes utilizan ciertos ácidos
orgánicos para ayudar a la conservación de diversos productos. Sin embargo, la
concentración y el tipo de ácidos orgánicos permitida son cuidadosamente
controlados por los organismos gubernamentales responsables de la Sanidad, y
las concentraciones permitidas son generalmente pequeñas, comparadas con las de
los ácidos orgánicos en muchas frutas y productos fermentados.
Por su
solubilidad, sabor y baja toxicidad los ácidos orgánicos de cadena corta, tales
como el acético, benzoico, cítrico, propiónico, y sórbico son muy utilizados
como conservadores o acidificantes. Al considerar la posible utilización como
conservadores de otros ácidos orgánicos es conveniente recordar que la
actividad antimicrobiana de estos compuestos suele ser superior a medida que se
alarga la longitud de su cadena molecular. Sin embargo, los ácidos alifáticos
de más de diez u once átomos de carbono poseen muy poca aplicación potencial
debido a su muy baja solubilidad en agua. Los métodos de
análisis de los ácidos orgánicos en los alimentos se basan generalmente en una
destilación en corriente de vapor, o por solventes, seguido de una valoración
del tipo y proporción del ácido (o ácidos) en cuestión presentes en el
destilado mediante espectrofotometría o cromatografía. Los detalles de los
métodos pueden hallarse en la mayor parte de los libros de texto o tratados de
análisis químico, como por ejemplo los Métodos Oficiales de Análisis de la
AOAC. La actividad antimicrobiana de un ácido orgánico o su éster se debe a las
moléculas no disociadas de este compuesto. Algunos ácidos orgánicos en su
estado no disociado son muy solubles en las membranas
celulares. Únicamente los ácidos orgánicos lipófilos muestran
actividad antimicrobiana. Según una hipótesis, estos compuestos inhiben el
crecimiento de los microorganismos, o los matan, por interferir con la
permeabilidad de la membrana celular al producir un desacoplamiento en el
transporte de sustratos y en la fosforilización oxidativa del sistema
transportador de electrones. Los ácidos orgánicos saturados, como el ácido
sórbico y los ésteres del ácido parahidroxihenzoico, también inhiben el sistema
de transporte de electrones.
Este fenómeno da lugar a la acidificación del contenido
celular, que es probablemente la principal causa de la inhibición y muerte de
los microorganismos. El pKa (pKa = al pH en el cual el 50 % del ácido se halla
no disociado) de los ácidos orgánicos empleados como conservadores se halla en
el rango de pH de 3,5. Al bajar el pH de un alimento, aumenta la proporción de
las moléculas no disociadas de un determinado ácido orgánico, aumentando de
esta forma su efectividad como agente antimicrobiano. Estas consideraciones
limitan la utilidad de los ácidos orgánicos a aquellos alimentos de pH inferior
a 5.5. Los ácidos orgánicos se utilizan principalmente como agentes
micostáticos. Sin embargo, a concentraciones elevadas, resultan muy
eficaces frente a diversos microorganismos (incluidos los virus): por ejemplo,
cuando sus concentraciones son superiores al 1% en frutas y productos
fermentados con microorganismos, o cuando se acidifica hasta pHs de 4,0 o
valores inferiores. Los efectos observados en cultivos mixtos o en alimentos
almacenados en los que un microorganismo ejerce un efecto sinérgico o
antagónico sobre otro, se cree que, en muchos casos, se debe a la formación
"in situ" de ácidos orgánicos como productos secundarios del
crecimiento microbiano. La mayor parte de los ácidos orgánicos son muy
poco eficaces como inhibidores del crecimiento microbiano a pHs de 5,5-5,8 en
los que crecen la totalidad de las bacterias causantes de toxinfecciones y la
mayor parte de las causantes de alteración. Constituyen una excepción los
ésteres del ácido paraludroxibenzoico, con un pKa = 8,5, que muestran actividad
antimicrobiana a pHs próximos a la neutralidad, y los ácidos propiónico y
sórbico que también poseen cierta actividad a pH = 6,0 ó 6,5.
Existen muchas
publicaciones en la literatura científica y muchas patentes que atribuyen un
espectro amplio de actividad antimicrobiana a una gran variedad de ácidos
orgánicos de cadena recta ramificada, saturados o insaturados. Un cierto número
de ácidos orgánicos saturados de cadena más larga son muy eficaces como
inhibidores, tanto de las bacterias Gram positivas como Gram negativas, pero la
actividad frente a las gram-negativas cae rápidamente en aquellos con más de
ocho átomos de carbono. La refrigeración aumenta la actividad bactericida de los
ácidos nonanoicos y decanoicos frente a Escherichia coli. Los ácidos grasos no
saturados de cadena larga son particularmente eficaces contra las células
vegetativas de las bacterias Gram-positivas y evitan también la germinación de
los esporos de las especies de Bacillus. Los cis-isomeros son más eficaces que
los trans-isomeros y la actividad de un compuesto con determinado tamaño
molecular aumenta con el grado de insaturación de la molécula. Por lo general, la
utilización de ácidos orgánicos es compatible con la de otros conservadores o
sistemas de conservación y de hecho muchas combinaciones poseen un efecto sinérgico.
Por ejemplo, muestran mayor eficacia como inhibidores microbianos a medida que
disminuye la temperatura de almacenamiento y mayor como microbicidas a medida
que la temperatura aumenta. Algunos ejemplos de combinaciones sinérgicas
son las siguientes: a) benzoato con anhidrido sulfuroso, anhidrido carbónico,
cloruro sódico o sacarosa; b) propionato con anhidrido carbónico; c) sorbato
con sacarosa, cloruro sódico o con nisina y polifosfato; d)
ácido láctico con ácido acético; e) propionato con sorbato (contra
los estafilococos); y f) ácido benzoico y bórico contra los aspergillus.
Cuando se utilizan tales
combinaciones se precisan concentraciones inferiores de cada uno de los
componentes para obtener el mismo efecto protector. La eficacia de los ácidos
orgánicos como agentes antimicrobianos se mejora, generalmente, por los aniones
que interfieren con la disociación de la molécula de ácido. Determinados
cationes pueden también aumentar de una manera significativa la eficacia de los
ácidos orgánicos aumentando la solubilidad del ácido en la membrana de la
célula microbiana. Algunos microorganismos parecen poseer un sistema de
transporte de ácidos orgánicos desde la célula, que es inducible y funciona
mediante un aporte energético, lo que permite su crecimiento en presencia de
elevadas concentraciones de ácidos. La formación de peróxidos y otros productos
resultantes de la oxidación de los ácidos grasos puede aumentar la eficacia
antimicrobiana de ciertos ácidos grasos insaturados. Sin embargo, los ácidos
orgánicos, al igual que la mayor parte de inhibidores microbianos, suelen ser
más eficaces en condiciones anaeróbicas, que aeróbicas. Existen varias
limitaciones al valor como inhibidores microbianos de los ácidos orgánicos en
los alimentos:
1.
Suelen resultar ineficaces cuando los niveles iniciales de microorganismos son
elevados.
2.
Muchos microorganismos utilizan los ácidos orgánicos como fuente metabolizable
de productos carbonados.
3.
Existe una variabilidad inherente en cuanto a la resistencia de determinadas
cepas.
4. En
determinadas condiciones de utilización, pueden resultar seleccionados tipos de
microorganismos resistentes.
El
ácido acético y sus sales son muy eficaces como acidificantes y conservadores y
son muy utilizados para estos propósitos. Únicamente los Ácetobacter
sp., algunas bacterias lácticas y algunos mohos y levaduras muestran
cierto grado de resistencia a este compuesto. La presencia de 1-2 % de ácido
acético no disociado en carne, pescado, o vegetales suele inhibir o matar todos
los microorganismos presentes, aunque, en condiciones normales de utilización,
especialmente en malas condiciones higiénicas, pueden sobrevivir los
microorganismos más acidotolerantes. Esta concentración de ácido puede
reducirse significativamente si se trata de productos refrigerados o con una
elevada concentración de sal o azúcar. El crecimiento de la mayor parte de las
bacterias causantes de toxiinfecciones y de las esporulantes, se inhibe con
concentraciones de 0,1 %, y el de los mohos micotoxigénicosa concentraciones de
0,3 %. El ácido benzoico se usa esencialmente como agente micostático.
Muchas levaduras y mohos se inhiben a concentraciones de 0,05 – 0,1% de ácido
no disociado. Las bacterias esporulantes y causantes de toxiinfecciones se
inhiben generalmente con concentraciones de 0,01-0,02 % pero la mayor parte de
las bacterias causantes de alteraciones son mucho más resistentes y no debe,
por tanto, confiarse en el ácido benzoico para la conservación de los alimentos
capaces de permitir el crecimiento bacteriano. Los ácidos cítrico y
láctico, tienen por lo general, solamente una actividad antimicrobiana moderada
y excepto a bajos valores de pH, no resultan eficaces como inhibidores. Sin
embargo, una concentración de ácido cítrico no disociado de 0,001 % inhibe el
crecimiento de Staphylococcus aureus en condiciones anaeróbicas. Tanto el ácido
cítrico como el láctico parecen inhibir específicamente la formación de
aflatoxinas y sterigmatocystina.
k.
ANTIBIÓTICOS Y ALIMENTOS
Los
antibióticos, producidos por microorganismos o sintéticamente, inhiben a los
microorganismos a grandes diluciones. Los microorganismos
de los alimentos pueden convertirse en antibiótico resistentes y colonizar el
intestino del hombre y de los animales; sus residuos pueden asimismo ejercer
una acción selectiva favoreciendo a la flora resistente ya existente en el
intestino; en estas condiciones los antibióticos empleados terapéuticamente
pueden resultar ineficaces. Una de las más importantes razones de la persistencia de
bacterias resistentes es el empleo indiscriminado de medicamentos
antimicrobianos en el hombre y en el ganado (WHO, 1976). Los microorganismos
antibiótico resistentes carecen de interés en los alimentos procesados
térmicamente, debido a que, en general, hay que esperar que se destruyan
durante el tratamiento; sin embargo, pueden encontrarse en los alimentos crudos
y llevar a cabo la contaminación de otros alimentos. Como consecuencia
del gran éxito terapéutico de los antibióticos en las enfermedades bacterianas,
era natural que se ensayasen como conservadores frente al deterioro microbiano
de los alimentos. Estos ensayos se realizaron entre 1945 y 1960 y la mayoría de
los antibióticos se comprobaron en múltiples alimentos perecederos de todas las
formas imaginables. A medida que fue aumentando el miedo a los
microorganismos antibióticoresistentes fue disminuyendo el empleo de los
antibióticos como conservadores de los alimentos. Los dos antibióticos más
importantes empleados en muchos países con fines conservadores alimenticios son
la natamicina y la nisina, ninguno de los cuales se utiliza en terapéutica. La
tilosina (un antibiótico macrólido), entre los antibióticos poco resistentes se
emplea todavía como aditivo de los piensos.
Este antibiótico ocupa una posición
intermedia ya que se utiliza algo, principalmente en Japón, como conservador
alimenticio. Su empleo al parecer, ha sido abandonado. La natamicina es un
antibiótico macrólido originado por Streptomyces natalensis;
su principal efecto es antifungico y su empleo
está permitido en ciertos países. In vitro inhibe el desarrollo
de hongos productores de aflatoxinas en los cacahuetes crudos triturados. Ello
constituye una ventaja considerable, lo que para algunos expertos seria
suficiente para superar cualquier objeción acerca del empleo de este
antibiótico en los alimentos. Hay varias publicaciones sobre el empleo de
la natamicina para inhibir el desarrollo fúngico de los embutidos. Por ejemplo,
con concentraciones de natamicina de unas 1000 ppm se conservaron bien, sin
sufrir ataques fúngicos, embutidos holandeses. El antibiótico puede aplicarse
con salmuera, baños o en forma de "spray" y el embutido puede
incluirse en diferentes tipos de tripas. Este tratamiento determinó una
concentración superficial de 2 ppm/cm2 que se consideró que no
tenía importancia toxicológica. Probablemente la aplicación más importante de
la natamicina es para tratar la corteza del queso, tanto blando como duro,
mediante la sumersión de aquél en baños, o rociándolo con
suspensiones de 500 ppm de natamicina. El antibiótico puede detectarse en la
corteza; su penetración varía de acuerdo con el tipo de queso. También se
ha empleado la natamicina en las películas de envolver queso; su efecto
conservador se pierde si se aplica después de desarrollado el micelio. Ciertos mohos, (A.
flavus) producen enzimas en cantidad que inactivan la natamicina.
Los
antibióticos macrolidos contienen un anillo grande de lactona, pocos dobles
enlaces, ningún atomo de nitrógeno y en el anillo uno o más restos
azucarados.). La nisina es un antibiótico originado por estirpes de la
bacteria que normalmente corta la leche, el Streptococcus lactis; se presenta
naturalmente en la leche ácida y en el queso de granja por lo que es muy
posible que desde que se domesticaron las vacas se hayan ingerido pequeñas
cantidades de este antibiótico. El empleo de la nisina como conservador
alimentario se ha estudiado con profundidad y se ha revisado la mayoría de la
bibliografía sobre el tema, no se emplea ni en los piensos, ni en medicina
humana o veterinaria; los microorganismos que desarrollan resistencia frente a
este antibiótico se ignora si son resistentes a otros. La nisina es un
polipéptido que lo inactivan fácilmente los enzimas proteolíticos a pH = 8, por
lo que es fácilmente digerido; estudios extensos realizados con ratas a las que
se suministró per os durante dos años hasta 8 mg/kg de peso no manifestaron
toxicidad alguna. El empleo de la nisina como conservador de alimentos
"debería considerarse aceptable siendo la ingesta media diaria
incondicional de 0 – 33.000 U/Kg de peso" (WHO, 1969). (Hay unos
40.000.000 de unidades por g de nisina pura; para la conservación de alimentos
se recomiendan de 100 a 400 unidades por gramo de alimento (ó 2,5 – 10 ppm).
Actualmente se elabora nisina en la URSS, Polonia y Reino Unido y su empleo
está permitido en unos 20 países. La nisina posee un pequeño espectro
antibacteriano afectando sólo a los gérmenes gram positivos. Puesto que las
bacterias gram negativas no son afectadas el empleo de la nisina como
conservador de alimentos no puede contrarresar a una mala higiene; su escaso
espectro antibacteriano y su estabilidad ácida determinan unas condiciones de
aplicación especiales. Sólo puede emplearse eficientemente cuando los microorganismos
alterantes nisina sensibles son prácticamente los únicos presentes en el
alimento. Este es el caso por ejemplo, de los clostridios que originan
hinchamiento en el queso suizo.
No obstante y por otras razones, este proceso apenas se
utiliza en la práctica; el antibiótico es también termoestable especialmente en
condiciones de acidez; de aquí que la nisina se pueda emplear como adyuvante
del tratamiento térmico. El calor aplicado puede reducirse a sólo el necesario
para destruir Clostridium botulinum que es el anaerobio esporulado más
nisin-resistente. Este menor tratamiento térmico mejora la calidad del
producto alimenticio; además estos productos presentan mejores condiciones de
almacenamiento, especialmente a temperaturas ambientales altas. En el proceso
combinado calor-nisina, esta evita el desarrollo de las esporas que sobreviven
al tratamiento térmico. Sin embargo a las concentraciones corrientemente
utilizadas, 100 U/g, la nisina no parece que sea esporicida; por lo tanto, el
proceso debe planificarse de forma que quede suficiente cantidad de nisina
después del tratamiento térmico y durante el almacenamiento para asegurar la
continúa inhibición del crecimiento de las esporas. Cuando la legislación lo permite la
nisina no sólo se emplea para prevenir el abombamiento de los botes sino
también para conservar el queso procesado y el chocolate con leche. Otras
industrias alimenticias la emplean para conservar guisantes, alubias en salsa y
capsuts.
El suministro de antibióticos ha permitido también el desarrollo de
unas condiciones de cría intensivas y superpobladas que caracterizan a las
modernas técnicas de explotación animal. Pronto se puso de
manifiesto la preocupación por el desarrollo de resistencia de la microflora de
los animales a los que se suministraban antibióticos. La ganancia en peso vivo
atribuible a los bajos niveles de antibióticos suministrados con el pienso
durante periodos grandes de tiempo no ha variado. No obstante, el aumento
de la incidencia de microorganismos antibiótico-resistentes ha causado
preocupación. La existencia de microbios resistentes se conoce desde el trabajo
pionero de Paul Erlich a comienzos de siglo; pensó que estas bacterias se
convertían en resistentes por una mutación cromosómica espontánea o por la
selección, en presencia del agente químico terapéutico, de
las bacterias resistentes ya existentes en la población microbiana. La
resistencia de tipo cromosómico es específica de un grupo de antibióticos
relacionados entre sí. Un nuevo desarrollo en la historia de la
resistencia bacteriana fue el descubrimiento de los investigadores japoneses de
resistencia múltiple a fines de los años 1950; las bacterias pueden convertirse
en resistentes simultáneamente a varios grupos de antibióticos no relacionados
entre sí (véanse las revisiones de Watanabe, 1963 y Falkow, 1975). La
resistencia múltiple se adquiere por transferencia desde un microorganismo resistente
a otro sensible, de un elemento genético, llamado plásmido; existe
independientemente del cromosoma bacteriano y en un mismo microorganismo puede
haber uno o varios tipos diferentes de plásmidos. El relacionado con la
antibiótico – resistencia microbiana se ha llamado también factor de
resistencia (factor R) y la bacteria que lo posee suele denominarse R+.
Los plásmidos,
como los cromosomas, se componen de moléculas de ácido desoxirribonucleico
(DNA); los plásmidos R más grandes representan el 1 – 2 % de la información
genética total de las bacterias. La transferencia puede tener lugar entre
miembros de especies distintas; por ello los factores R son especialmente
importantes en las enterobacterias en las que existe la posibilidad de que se
transfiera antibiótico resistencia de un Escherichia coli no patógeno a una
Salmonella patógena. Todos los géneros de enterobacterias pueden contener
factores R. También poseen plásmidos de resistencia las pseudomonas y los
estafilococos y estreptococos. Es posible que tal transferencia de factores R ocurra
en condiciones naturales entre las bacterias que pertenecen a la misma familia.
Se admite ahora generalmente que la mayoría de las "resistencias" de
las bacterias de tipo salvaje se deben a factores R y no son del tipo
cromosómico. El concepto que de ello emerge es el de un sistema
ecológico común al hombre y animales. Los problemas de transferencia de
factores R de las bacterias patógenas a las inocuas y el consiguiente
miedo a que falle la terapéutica antibiótica humana, especialmente en el
caso de resistencia antibiótica múltiple ha llevado al establecimiento de
comisiones de encuesta. Quizá las más importantes sean el Comité Swabb del
Reino Unido y la Task Force de la Administración de Alimentos y Medicamentos
(departamento de Salud, Educación y Bienestar de los EEUU. FDA., US. Department
offlealth, Education and Welfare). En general ambas comisiones estudian el
problema bajo los mismos puntos de vista, pero las recomendaciones y la
legislación de ambos países difieren apreciablemente.
Ni el comité Swann, ni la Task
Force encontraron pruebas que demostrasen que los residuos de antibióticos de
los productos originados por animales que habían recibido con el pienso
cantidades subterapéuticas de antibióticos fuesen tóxicos para el consumidor.
Además tampoco pudieron comprobar que tales productos contribuyesen a las
reacciones alérgicas de personas que se hubieran sensibilizado previamente a
los mismos. De otra parte ambas comisiones se mostraron
preocupadas porque las formas antibiótico-resistentes de las bacterias
patógenas del hombre pudieran presentarse en los animales y de éstos pasar a la
especie humana. Un informe de la OMS (World Health Organization, 1973)
hace énfasis en que los beneficios del suministro de concentraciones bajas
de antibióticos son demasiado grandes como para considerar su retirada del
empleo ganadero. No obstante, dado que los antibióticos son
indispensables para la terapéutica humana y animal, el citado informe los ha
ordenado de acuerdo con su mayor peligro. Aquellos que presentan menos
peligro son adecuados para su utilización con el pienso, mientras los que
presentan gran riesgo no son aptos para este fin.
A continuación se
clasifican los antibióticos empleados con fines terapéuticos, profilácticos o
alimenticios en orden creciente de peligrosidad respecto al desarrollo de
resistencia bacteriana:
1.
Bacitracina, flavofosfolipol (Este es el nombre no registrado de un
antibiótico cuya denominación comercial registrada es la de flavomicina),
virgmiamicina.
2.
Polimixina, furanos, lincomicina, tilosina y macrólidos relacionados con ellos.
3.
Eritromicina, espiramicina, oleandomicina.
4.
Penicilina, tetraciclinas.
5.
Ampicilina, cefalosporinas.
6.
Sulfonamidas, estreptomicina, neomicina.
7.
Cloranfenicol.
La Comunidad Económica Europea (CEE) reconoció en la década de 1960 el
riesgo de suministrar antibióticos que pudieran seleccionar los microorganismos
resistentes que albergan plásmidos y desaconsejó el empleo como aditivos del
pienso de tetraciclinas, estreptomicina y antibióticos relacionados con ellas.
Se prohibió el empleo de la penicilina por el amplio uso que se hace de este
antibiótico en medicina humana y animal. En la CEE nunca se han utilizado con
fines nutritivos el cloranfenicol, polimixina, ampicilina, cefalosporinas, ni
sulfamidas; sin embargo, algunas de éstas siguen utilizándose como
coccidiostático en avicultura. Continúan los comentarios sobre
si el empleo de los macrólidos, incluida la lincomicina, debería prohibirse
en terapéutica animal y en los piensos; algunos antibióticos pueden excluirse
de su empleo animal.
l. ENVASES
Y ENVASADO DE LOS ALIMENTOS
El
envasado preserva la calidad de los alimentos y los protege de los daños que
pudieran producirse durante el almacenamiento, el transporte y la distribución.
La protección ejercida puede ser de tres tipos:
1.
Química. El envasado puede impedir el paso del vapor de agua, del oxígeno y de
otros gases, o actuar de forma selectiva, permitiendo sólo el paso de
algunos de los gases.
2.
Física. El envasado puede proteger de la luz, el polvo y la suciedad, de las
pérdidas de peso y de los daños mecánicos.
3. Biológica. El envasado puede impedir el acceso al alimento de microorganismos e insectos, afectar el modo o velocidad de la alteración, o la supervivencia y crecimiento de los gérmenes patógenos que pudiera haber en el alimento.
Los
envases pueden ser rígidos (latas, papel, cartón, vidrio, plástico) o flexibles
(plásticos, hoja de aluminio). Los plásticos son cada vez más utilizados.
Mediante diversas combinaciones de materiales y técnicas de procesado, es
posible producir envases con cualquiera de las propiedades funcionales que se
consideren deseables. Los componentes e impurezas de los materiales de
envasado y sus adhesivos, no deben poner en peligro la salud humana ni
reaccionar con el alimento o adulterarlo. El material de envasado no debe contener
microorganismos patógenos que puedan introducir un riesgo para el consumidor.
Por ejemplo, la presencia de salmonellas en un material de envasado que vaya a
usarse para un plato precocinado y congelado, sería inaceptable. Sin embargo, no
habría razón para preocuparse excesivamente por la presencia de unos cuantos
esporos de Clotridium perfringens en el material utilizado para envasar
especias deshidratadas, porque de cualquier manera, es fácil que existan esos
mismos esporos en la misma especie. Tampoco debe el material de envasado
introducir cantidades importantes de microorganismos causantes
de alteración.
Se ha desarrollado un procedimiento que mediante
un sencillo chorro de vapor, sirve para descontaminar los recipientes
empleados para cocer jamones. Muchos países imponen standards microbiológicos
para controlar la contaminación superficial de botellas y otros recipientes
reutilizables; una contaminación superficial de sólo 10 microorganismos por 100
cm2 equivale a "muy limpio". En papel sin tratar, se ha podido
observar que predomina el género Bacillus y a veces los micrococos, a niveles
normalmente inferiores a los 200/gramos, aunque a veces se llega
hasta 2800/g; en otro estudio similar, se encontraron mohos y levaduras a
niveles de hasta 10 por 100 cm2. En Estados Unidos,
el papel para envasado de alimentos no debe sobrepasar los 250 organismos por
gramo y los recipientes y tapas para leche, no más de uno por cm2.
Se ha propuesto un método standard para la determinación del recuento de
bacterias, mohos, levaduras y gérmenes coliformes en materiales de envasado no
absorbentes. Los
niveles de bacterias en la superficie de hojas de aluminio utilizadas para el
envasado de alimentos, son aún menores. Los tubos y películas de
plástico suelen tener entre 1 y 20 microorganismos por cada 1000 cm2 y
normalmente no llegan a los 10. En los vasitos de plástico, los valores
encontrados son del mismo orden. Sin embargo, algunos microorganismos
sobreviven incluso a la extrusión a 220ºC de los plásticos. A veces, se presta
demasiada importancia a la contaminación microbiana aportada por el material de
envasado; en general, los niveles de microorganismos contenidos en el producto
son varios órdenes de magnitud mayores de los que existen en el material de
envasado. Al
no poder ser degradados por la acción microbiana, el poliestireno y otros
plásticos, son más higiénicos que el papel prensado u otros derivados de la
madera para el envasado de huevos (Pfeiffer,1972), carne (Bólime, 1971) o
frutos en baya (Ayres y Denisen, 1958). Algunos plásticos
tienen propiedades antibacterianas; es el caso de los que contienen
alquido-barnices, resinas fenólicas, cloruro de polivinilo o
poliacetal (Gundermann y Glück, 1971). Sin embargo, antes de escoger un
material de envasado por sus propiedades antimicrobianas, conviene
asegurarse de que no va a adulterar el alimento.
El material de envasado debe
impedir la entrada de los microorganismos; las botellas, latas y la mayoría de
las películas de plástico actualmente en el mercado, cumplen esta función.
Se produce penetración cuando falla el sellado o se perfora el envase; por
eso, el material ha de tener la suficiente resistencia mecánica como para
impedir que se produzcan daños durante el procesado y la manipulación
posterior. El mismo contenido puede también dañar el envase: es el caso de los
huesos afilados de aves y otras carnes, y de las fibras de músculo o
trozos de piel en alimentos muy desecados o ahumados. Una prueba biológica
es lo mejor de determinar si una película resistirá a la penetración; se
sumerge una porción estéril de un medio nutritivo empaquetada con el material
en cuestión y sellada, en un baño que contenga el microorganismo concreto que
interese (por ejemplo, Enterobacter) o una mezcla de microorganismos. La presencia de gas o la turbidez
en el medio indicará que se ha producido penetración. Para el ensayo de
laminados de plástico y aluminio resistentes al calor, se ha recomendado la
"prueba de ebullición en agar", en la que los envases se hierven
durante 45 minutos en agar al 2 %. Antes de que se enfríe el agar, se añaden
esporos de Bacillus stearothermophilus y durante el enfriado, el medio
inoculado pasa a través de los puntos de penetración. Varios autores han
demostrado que algunos microorganismos pueden atacar los materiales de envasado
sintéticos y, en condiciones favorables, pueden atravesar una película no
dañada previamente. En algunos casos, se requiere una exposición prolongada a
los enzimas bacterianos para que sea posible la entrada.
Por ejemplo, los microorganismos
productores de celulasa, sobre todo los mohos, no atraviesan las tripas de
hidrato de celulosa de los embutidos, más que al cabo de mucho
tiempo a temperaturas relativamente altas. Las películas de plástico
tienen muy variada permeabilidad a los gases. La exclusión del oxígeno
disminuye la velocidad de oxidación del producto, hace más lento el crecimiento
de muchos tipos de bacterias y levaduras e impide el crecimiento de los
microorganismos aerobios estrictos (como los mohos, por ejemplo). La alta
permeabilidad al oxígeno del poliestireno y las poliolefinas, puede ser
reducida combinando estos polímeros con otros materiales mediante barnizado,
encolado, recubrimiento o superposición con una capa del otro material o por
coextrusión de ambos materiales. de forma análoga, se puede reducir la
permeabilidad al vapor de agua de un material; la alta permeabilidad del
hidrato de celulosa, por ejemplo, puede reducirse mediante barnizado. El
factor más importante de la microbiología de los alimentos envasados es la
permeabilidad relativa del material de envasado para el oxígeno, el
dióxido de carbono y el vapor de agua, particularmente si los espacios con
aire en el producto original han sido evacuados o rellenados con gases
preservantes en el momento de cerrar el envase, y sobre todo, si se trata de
productos perecederos, tales como aves, carnes y pescados. Los envoltorios permeables al vapor
de agua y a los gases, o más permeables al oxígeno que al dióxido de carbono y
aquellos que no se ajustan a la superficie del producto, pueden evitar la
entrada de microorganismos contaminantes, pero no afectan al crecimiento de los
microorganismos que previamente se encontraban en el alimento. Las condiciones
intrínsecas de un alimento envuelto en un material muy permeable, son similares
a las del producto sin envolver. Por ejemplo, las películas de celulosa
permeables al oxígeno no impiden que crezcan las Pseudomonas en la carne
picada, mientras que las películas impermeables a los gases lo hacen imposible.
Las películas de materiales que como el polietileno, son impermeables a la
humedad y permeables al oxígeno, sirven para proteger de la contaminación
y de las pérdidas de agua, pero más que frenar, estimulan el crecimiento en
superficie de la flora normalmente causante de alteración. El crecimiento y la
actividad de los microorganismos dentro de un envase depende de: a) la
idoneidad del alimento como medio de cultivo, b) la temperatura, c) la aw, d)
el pH, e) la naturaleza de los gases retenidos dentro del envase y f) la
competencia entre microorganismos.
ll.
LOS GASES COMO CONSERVADORES
Desde hace muchos años se sabe que diversos gases y vapores naturales, o
artificialmente producidos, destruyen o inhiben a los microorganismos. Algunos
de ellos se han estudiado para conocer su capacidad potencial de aumentar la
vida útil de los alimentos. De estos, sólo se discutirán con detalle los que se
han utilizado comercialmente: dióxido de carbono, óxido de etileno, óxido de
propileno, dióxido de azufre y ozono. El nitrógeno y el oxígeno se utilizan con
frecuencia en el envasado y almacenamiento de alimentos pero su fin primario no
es la inhibición de los microorganismos. El nitrógeno líquido, cuando se
utiliza en los alimentos como un agente frigorífico, inhibe o destruye
indirectamente a los microorganismos por congelación o refrigeración. El oxígeno se utiliza en atmósferas
controladas para mantener el estado fisiológico de las frutas, hortalizas y
verduras y el característico color rojo de la carne fresca pero no se
aplica con el fin de inhibir los microorganismos responsables de la alteración. Diversos gases son
poderosos biocidas y se han utilizado con éxito en la desinfección de
hospitales, establos y compartimentos de barcos o como fumigantes del suelo
pero no se han aplicado a los alimentos. Entre ellos están la ß –
propiolactona, la clorpicrina, el glicolaldehído, el glutaraldehido y el
ácido peracético. Aunque el bromuro de metilo se ha utilizado eficazmente,
como fumigante, en las frutas y granos infestados por insectos, no se ha
empleado específicamente para controlar los microorganismos en los alimentos. El formaldehído se ha
utilizado como fumigante en la desinfección de gallineros y huevos
para incubadoras pero igualmente no directamente para el control de los
microorganismos en los alimentos.
El formaldehído realmente ejerce
una acción letal sobre los microorganismos de la carne y del pescado
durante el ahumado pero como el calor y la desecación están también implicados
en el proceso, su contribución real a la inhibición de los microorganismos es
desconocida. Investigaciones recientes han mostrado que el monóxido
de carbono y el acetaldehído son potencialmente útiles para su uso en los
alimentos. Un uno por ciento de monóxido de carbono prolonga el color de la
carne fresca y tiene un efecto inhibidor sobre las bacterias psicrotrofas,
similar al del dióxido de carbono. Los vapores de acetaldehído al 0,5 % en
la atmósfera inhiben, de una forma acusada, los mohos y levaduras aumentando el
tiempo de conservación de las frutas, hortalizas y verduras. El dióxido de
carbono, gas a las temperaturas normales de almacenamiento, es incoloro,
inodoro e incombustible. No es tóxico para el hombre a concentraciones
inferiores a un 10 % pero por encima de este nivel una exposición prolongada a
la acción del mismo da lugar a la pérdida del sentido, lo que es importante
tener en cuenta cuando se utilice a altas concentraciones en los grandes
almacenes y vehículos de transporte. No deja residuos tóxicos ni su aplicación
presenta serios problemas mecánicos. El gas se comercializa habitualmente, en
forma líquida, en bombonas de acero a una presión de 58 Kg/cm2 (830
lb/pulgada2) aproximadamente o en forma sólida como nieve carbónica.
A presión atmosférica, la forma sólida se transforma en gas sin pasar por el
estado líquido, sublimándose a -78,5ºC a la presión normal. Para la
manipulación de la nieve carbónica deben utilizarse guantes ya que el contacto
momentáneo con la piel a -78,5ºC puede causar quemaduras
por congelación y ampollas.
El dióxido de carbono se disuelve bien en
agua (1,71 ml CO2/ml H2O a 760 mm de presión y a 0ºC) y, por tanto, en los
zumos de frutas pero la absorción parece ser un fenómeno totalmente físico que
implica una unión no más intensa que la del ácido carbónico. Cuando se absorbe
en los alimentos, el pH baja de acuerdo con la cantidad de ácido carbónico que
se forma y con la capacidad tampón del alimento pero de nuevo aumenta cuando el
CO2 se elimina por exposición al aire o por un calentamiento suave del
producto. El dióxido de carbono destruye, estimula, inhibe o no
tiene efecto alguno de resaltar sobre los microorganismos, dependiendo de los
microorganismos, de la concentración de dióxido de carbono, de la temperatura
de incubación, de la edad de las células microbianas en el momento de aplicar
el CO2 y de la actividad de agua del alimento o medio de cultivo. De todos
estos efectos, los de mayor importancia en relación con el procesado y
conservación de los alimentos son, sin duda, los destructivos e inhibidores. Existe
una considerable variación en lo referente a la sensibilidad al
CO2 a nivel de género, especie y cepa. Por ejemplo, el CO2 al 100 % destruye
totalmente, tras una exposición de 4 días a temperatura ambiente, a algunos
cultivos de Bacillus, Enterobacter, Flavobacterium y Micrococcus mientras el
efecto es nulo o escaso sobre Proteus spp., Clostridium perfringens y algunos
tipos de Lactobacillus.
Por tanto, aunque la acción del CO2 sobre los
microorganismos es selectiva, la mayoría de las levaduras, mohos y algunas
bacterias son inhibidos por concentraciones comprendidas entre 5 y 50 % (viven
la fase gaseosa) pero no son destruidos o inhibidos totalmente. Concentraciones
inferiores a aquellas no tienen efecto alguno o realmente estimulan el crecimiento.
La inhibición aumenta de una forma casi lineal cuando se incrementa la
concentración de CO2 desde un 5 % hasta el 25 - 50 %, dependiendo siempre del
alimento y de la flora implicada. A concentraciones superiores a ésta el
incremento de la inhibición es escaso o nulo. Aunque el grado de
inhibición varía con los microorganismos y el alimento, con un 10 % se logra
habitualmente una inhibición del orden del 50 % sobre la base del recuento
total después de un determinado tiempo de incubación. El efecto inhibidor del CO2 sobre
los microorganismos en los alimentos parece mayor a medida que disminuye la
temperatura de almacenamiento según se deduce del aumento relativo de la vida
útil del alimento al descender la temperatura de almacenamiento. Sin embargo,
cuando los efectos de la temperatura y del CO2 se estudian por separado, se
observa que la acción del CO2 se incrementa al aumentar la temperatura. El
efecto inhibidor del CO2 se manifiesta, tanto en las bacterias como en los
hongos, por un incremento de la fase de latencia y del tiempo de generación
durante la fase logarítmica. No obstante, a concentraciones comprendidas entre
el 5 y el 20 %, el efecto mayor se logra en la fase de latencia. La aplicación de
gas una vez que las células microbianas ha empezado a adaptarse al medio, o
cuando ya están en la fase logarítmica, el efecto del CO2 se reduce
sustancialmente. Por ejemplo, en estudios realizados con cepas psicrotrofas del
género Pseudomonas y del grupo Acinetobacter – Moraxella se comprobó que si se
retrasa la aplicación del CO2 (20 %) hasta 1 ó 2 días después de la inoculación
sobre la superficie de la carne, el efecto inhibidor es menor. Sin embargo, si
la concentración de CO2 era del 40 % el momento en que se expone el producto a
la atmósfera de CO2 tiene una influencia menor.
La velocidad de crecimiento en atmósfera de
CO2 no aumenta con el tiempo, es decir, la inclinación de la curva de
crecimiento no cambia. Esto indica que el sistema metabólico no se adapta
durante la fase de exposición al CO2 ni existe, en este caso, una selección de
los microorganismos CO2 -resistentes. La reducción de la actividad de agua del
medio aumenta el efecto inhibidor del CO2 sobre los microorganismos. El mecanismo de
inhibición de los microorganismos por el CO2 no se conoce todavía con claridad.
Sin embargo, ya en 1889 se observó que se debía a la presencia real de dióxido
de carbono y no a la ausencia de oxígeno y que el efecto es reversible, ya que
los microorganismos tratados recuperan la velocidad de crecimiento normal
cuando se dejan de exponer a la atmósfera de CO2. No obstante, en el caso de
los microorganismos que alteran la carne, permanecen efectos inhibidores
residuales cuando el gas se ha dejado de aplicar. El efecto directo del gas sobre las
células microbianas se confirmó muchos años más tarde en experimentos
realizados con Pseudomonas aeruginosa. El descenso del pH debido a la formación
de ácido carbónico en el medio tiene un efecto perjudicial sobre ciertos
microorganismos; por ejemplo, una atmósfera de CO2 al 20 % puede hacer bajar el
pH, si el medio no está tamponado, en un valor de hasta una unidad de pH de 6,9
a 5,8. Sin embargo, los experimentos con medios tamponados y con
alimentos intrínsecamente tamponados como la carne han mostrado que el pH
externo a la célula microbiana no explica totalmente el efecto adverso del CO2.
"SOMOS LO QUE HACEMOS REPETIDAMENTE. EXCELENCIA, POR LO TANTO, NO ES UN ACTO SINO UN HÁBITO"
ARISTOTELES
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