Cambio Climático y Patógenos ETA emergentes (I Parte)
"Los
lugares más obscuros del Infierno, están reservados para los que mantienen su
neutralidad en épocas de crisis moral"
(La
Divina Comedia - Dante Alighieri)
Cambio
Climático y Patógenos ETA Emergentes (I Parte)
En éste ensayo de mi autoría quiero poner hoy en la consideración de
todos mis lectores a lo largo de casi diez entregas
para compartir juntos un entramado tema que no solo no debe
soslayarse, sino que debe dársele toda la seriedad que el caso requiere, pues
el planeta y todos nosotros, estamos en un camino sin retorno, consumiendo 1
1/2 planetas por año.........una autodestrucción premeditada o una estupidez
mayúscula de los grandes centros del poder económico? Se los dejo para
meditarlo juntos y tratar de salir adelante, no les parece?...Existe un
consenso cada vez mayor sobre la idea de que la actividad humana puede estar
cambiando nuestro clima. Estos cambios tienen unas cuantas posibles
repercusiones en el bienestar y la salud humana, pudiendo estar entre ellas la
seguridad de los alimentos. Desde el siglo XVIII, las actividades humanas han
emitido una gran cantidad de gases a la atmósfera, como dióxido de carbono y
metano.
La gran mayoría de estos gases proviene de la quema de combustibles
fósiles, de los procesos industriales y de la deforestación. Se calcula que las
emisiones de gases procedentes del sistema alimentario se sitúan entre un 19% y
un 29%, según datos de la OMS en 2014. La acumulación de estos gases (conocidos
como gases de efecto invernadero) en la atmósfera, retiene energía y actúa como
un manto alrededor de la Tierra. A pesar de que una minoría no comparta esta
teoría, el fenómeno (conocido como efecto invernadero) se considera la causa
del incremento de la temperatura media en la atmósfera terrestre o
calentamiento global. Este efecto puede influir en el clima terrestre y
alterarlo, produciendo así un cambio climático. El último informe del Grupo
Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC, por sus siglas
en inglés) afirmaba que el calentamiento del clima es innegable, la influencia
humana es indiscutible y limitar este cambio climático requerirá una reducción
considerable y prolongada de los gases de efecto invernadero. El cambio
climático es un variación importante y duradera en las condiciones climáticas.
Estos cambios nos pueden llevar a acontecimientos meteorológicos más extremos,
como sistemas de tormentas más poderosos, una mayor frecuencia de fuertes
lluvias y periodos más largos de sequías. El aumento global de las temperaturas
también puede tener como resultado el deshielo de los casquetes polares, un
aumento del nivel del mar, la acidificación de los océanos, inundaciones
costeras y la alteración de las corrientes marinas.
Las previsiones recientes
del IPCC indican que la temperatura aumentara en 1,5ºC o más en algunas partes
de mundo de aquí a finales del siglo XXI. Las posibles implicaciones del cambio
climático en la disponibilidad y el acceso a los alimentos, es decir, la
seguridad alimentaria, se han debatido e investigado ampliamente. El cambio
climático se percibe generalmente como un impacto negativo en la seguridad
alimentaria, sobre todo en países en desarrollo. Al contrario que la seguridad
alimentaria, las posibles repercusiones del cambio climático en la seguridad de
los alimentos son un ámbito emergente de investigación. La Autoridad Europea de
Seguridad Alimentaria (EFSA, por sus siglas en inglés) ha identificado el
cambio climático como impulsor de nuevos riesgos en la seguridad de los
alimentos a mediano y largo plazo. Mejorar nuestro conocimiento sobre los
posibles efectos del cambio climático en la seguridad de los alimentos es
crucial si tenemos en cuenta el impacto que pueden tener en la seguridad
alimentaria. La capacidad de los agentes patógenos (bacterias, virus, parásitos)
para sobrevivir y crecer depende del medioambiente, de factores como la
temperatura y la humedad.
Muchos patógenos de los alimentos, como los géneros
Salmonella y Campylobacter, crecen mejor en ambientes cálidos y húmedos.
Además, muchas enfermedades transmitidas por alimentos también presentan
cambios estacionales en prevalencia. El aumento de la temperatura y la humedad,
y las condiciones meteorológicas extremas, afectarán la capacidad de
supervivencia o de crecimiento de muchas bacterias patógenas de los alimentos. Algunos
de estos cambios podrían ser tanto positivos como negativos para la seguridad
de los alimentos; por ejemplo, el aumento o la disminución de la capacidad de
supervivencia o crecimiento de patógenos en los mismos, como ya hemos
mencionado. A manera de ejemplo, en los últimos años, Chile ha sido marcado por
un déficit de precipitaciones que ha disminuido las reservas de aguas y
afectado los suelos a lo largo del país. Según datos de la Dirección
Meteorológica, el período entre 2003 y 2013 ha sido la década más seca desde
1866 para la zona central que comprende desde la región de Coquimbo hasta
Biobío y 2013 se perfiló como el quinto año consecutivo de déficit pluvial en
la zona. Si bien la sequía es un fenómeno que ocurre regularmente en Chile,
expertos señalan que, dada la prevalencia de esta reducción de las
precipitaciones, no sólo los suministros de agua para la sociedad se han visto afectados,
sino que también la flora y fauna del territorio nacional.
El cambio climático
puede influir también en la velocidad de transmisión de patógenos de los
alimentos; por ejemplo, las temperaturas más altas en verano e inviernos más templados
pueden aumentar la abundancia de plagas, como insectos y roedores, que pueden
transmitir patógenos en los alimentos. De igual modo, un exceso de lluvia que
provoque inundaciones puede ayudar a transportar patógenos de los alimentos a
los cultivos agrícolas. Así, el cambio climático puede alterar la incidencia de
enfermedades alimentarias o la capacidad que tienen los patógenos de causar
enfermedades. Otras posibles repercusiones del cambio climático pueden ser: La
aparición de nuevos riesgos microbianos por cambios en los tipos de cultivos y
las prácticas agrícolas relacionadas (por ejemplo, un mayor uso de residuos de
animales sin tratar como fertilizantes). La resistencia antibiótica puede ser
causada por cambios espontáneos en la composición genética de una célula o por
el traslado estable de elementos genéticos móviles transferidos entre
microorganismos. El impacto del cambio climático podría ser más evidente en los
patógenos de los alimentos con menores dosis infecciosas (es decir, menos
células causarían la enfermedad), pues pequeños cambios en el número o en la
distribución podrían aumentar las enfermedades alimentarias. Cambios en la
naturaleza, el nivel y la transmisión de algunos productos químicos
contaminantes y tóxicos pueden afectar la seguridad de nuestros alimentos.
El
cambio climático puede también modificar las prácticas agrícolas. Lo que se
cultiva y la manera en que se cultiva cambiará en distintos países. El tipo y
la abundancia de plagas (insectos y roedores, entre otros) y malas hierbas
también cambiará. Esto puede modificar el tipo, nivel y uso de productos
químicos (como pesticidas) y fertilizantes que se usan en los cultivos. Sin
embargo, el uso de productos químicos en los cultivos europeos está
estrictamente regulado y controlado para asegurar la inocuidad de estos
alimentos. Algunas toxinas, como las micotoxinas, están compuestas por hongos
que crecen en los cultivos, y podemos consumirlas directamente de estos o
indirectamente a través de productos de origen animal (como carne o leche) que
han consumido previamente piensos contaminados. La producción de estas
toxinas se puede ver afectada por la temperatura y las condiciones de humedad.
Por ejemplo, las Unidades de Riesgos Emergentes de la EFSA han identificado
patrones de cambio en la contaminación de las micotoxinas en cultivos de
cereales como el trigo, el maíz y el arroz. Las micotoxinas pueden usar un
amplio abanico de efectos tóxicos tanto en animales como en humanos. Algunas de
las micotoxinas más comunes son cancerígenas, genotóxicas o pueden atacar
órganos específicos, como el riñón o el hígado. El aumento en las temperaturas
oceánicas también puede influir en el crecimiento de algas peligrosas que
pueden producir biotoxinas marinas y que se concentran en moluscos (por
ejemplo, mejillones y almejas) y algunos peces comestibles, pudiendo causar
enfermedades en humanos si se consumen.
Recientemente se detectó un brote
de intoxicación por ciguatera que afectó a 10 personas en las islas Canarias
debido a la ingesta de pescado en mal estado. La intoxicación por ciguatera se
puede producir al consumir algunas especies de pescado en las que el plancton
puede haber producido ciguatoxina que se acumula en la carne del producto que lo
haya consumido. Es imposible evaluar con certeza la repercusión real del cambio
climático en la seguridad de los alimentos. Sin embargo, parece ser que se
notarán algunos riesgos microbiológicos y químicos. El alcance del problema de
estos riesgos dependerá de su tipo y de las condiciones y prácticas locales.
Existe incertidumbre al respecto porque no poseemos toda la información sobre
los riesgos que puede plantear el cambio climático en la seguridad de los
alimentos. Por lo tanto, se necesita no solo mantener, sino revisar y mejorar
la infraestructura actual de seguridad alimentaria en toda Latinoamáerica. Esto
requerirá una inversión prolongada en vigilancia y control de los alimentos,
así como una evaluación de riesgos, gestión y comunicación. Las enfermedades emergentes y
reemergentes se han constituido en un problema de salud pública a nivel
mundial. Una enfermedad emergente es aquella que aparece en una población por
primera vez o que, habiendo existido previamente presenta un rápido incremento de
su incidencia o de su distribución geográfica (OMS).

La pandemia de la
infección por VIH representa el prototipo de una enfermedad infecciosa nueva y
emergente cuyo impacto en la salud pública no se había experimentado
previamente. Las enfermedades reemergentes son aquellas que eran conocidas
y que representaron un problema de salud pública en el pasado, las cuales han
crecido o incluso reaparecido en los últimos años. Las pandemias del virus
influenza A de 1918, 1957 y 1968 ó la reaparición de la tuberculosis en la
década de 1980 son prototipos de enfermedades reemergentes. Los factores que
influyen en estas patologías son variados y están especialmente relacionados a
cambios en los agentes causales, a cambios en el medio, a modificaciones de los
hospedadores susceptibles y a las políticas de salud. Los agentes causales
pueden explicar la emergencia o reemergencia al cambiar, ya por selección o
mutación, o por adaptarse a nuevos hospedadores; los cambios en el medio pueden
ser consecuencia de cambios climáticos, de cambios en los patrones del uso de
la tierra, incluyendo las invasiones a nichos ecológicos por los hombres, o a
procesos derivados de la tecnología y la industria. Los cambios en los
hospedadores generalmente están relacionados a modificaciones demográficas y de
comportamiento. Las políticas de salud, cuando se abandonan o se reducen a
un mínimo, pueden conducir a la reaparición de enfermedades que estaban
controladas.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) advirtió en su informe
del 2014 que las enfermedades infecciosas estaban surgiendo a un ritmo que no
se había visto antes. Desde los años setenta, se han descubierto unas 40
enfermedades infecciosas incluyendo el Síndrome Agudo Respiratorio Severo
(SARS), el ébola, la gripe aviar y la gripe porcina. El potencial que las
enfermedades infecciosas emergentes tienen para propagarse rápidamente y causar
epidemias mundiales es una preocupación de gran importancia, ya que la gente
viaja con mucha más frecuencia y a mayor distancia que en el pasado. Además,
existe el riesgo de que surjan estas enfermedades como consecuencia de la
introducción deliberada de agentes infecciosos en espacios o escenarios donde
usualmente no ocurren con fines terroristas. Ejemplo de ello fue la utilización
de esporas de Bacillus anthracis para contaminar cartas enviadas por correo en
el 2001 en los Estados Unidos. Debido a la gran diversidad de los patógenos
emergentes y reemergentes, la vigilancia de las tendencias que manifiestan
estas enfermedades infecciosas debe intensificarse. Y, dado que alrededor
del 75% de los patógenos que ocasionan enfermedades emergentes o reemergentes
utilizan algún vector u hospedador animal, la vigilancia debe extenderse más
allá de las poblaciones en riesgo y abarcar los posibles reservorios de estos
animales.

Para que una enfermedad emergente se establezca tienen que suceder al
menos dos eventos: el agente infeccioso tiene que ser introducido en una
población vulnerable y, además, el agente tiene que tener la capacidad de
propagarse fácilmente y causar la enfermedad. La infección también tiene que
ser capaz de sostenerse dentro de la población, con lo cual cada vez serían más
las personas infectadas. La globalización del procesamiento de los alimentos y
de los centros de suministro ha posibilitado la expansión de brotes de
enfermedades microbianas transmitidas por los alimentos, cuyo origen puede
estar en un lote contaminado de alimentos procesados o frescos, una remesa de
alimentos mal manipulados o distribución de productos frescos cargados de
bacterias. El CDC estima que cada año en EEUU las enfermedades infecciosas
transmitidas por los alimentos causan aproximadamente 76 millones de enfermos,
350000 hospitalizaciones y 50000 muertes. El cambio climático se está
convirtiendo en un factor de gran preocupación en la aparición de enfermedades
infecciosas, debido al calentamiento de la Tierra el clima y los hábitats se
alteran, por lo que estas enfermedades pueden extenderse a nuevas zonas
geográficas. Las posibilidades de sus grandes cambios genéticos y su paso a los
seres humanos se incrementan cuando los seres humanos conviven en estrecha
proximidad con los animales agrícolas, tales como pollos, patos y cerdos. Estos
animales son huéspedes naturales del virus de la gripe y en ellos se pueden
crear versiones nuevas de la gripe que no hayan existido anteriormente.
La
aparición de nuevas epidemias asociadas a enfermedades infecciosas emergentes y
reemergentes se está produciendo a un ritmo sin precedentes. En cuanto a las
medidas de control, éstas pueden ir dirigidas a reducir o controlar las fuentes
de infección, interrumpir la conexión entre las fuentes y los individuos
susceptibles, aislar los individuos susceptibles y elevar el grado general de
inmunidad de grupo mediante la inmunización. El control de una enfermedad
infecciosa se basa en gran medida en una red bien definida de microbiólogos
clínicos, enfermeros, médicos y personal de control de infecciones que
proporcionen información epidemiológica a una red de organizaciones locales,
nacionales e internacionales. Estos individuos y organizaciones integran el
sistema de salud pública. Por ejemplo, cada estado posee un laboratorio de
salud pública que participa en la vigilancia y control de las enfermedades. La
sección de enfermedades transmisibles de un laboratorio estatal comprende
servicios especializados de laboratorio para examinar muestras o cultivos
enviados por médicos, departamentos locales de salud pública, hospitales,
personal sanitario, epidemiólogos y otros. Estos grupos comparten sus hallazgos
con otras agencias relacionadas en la salud en el estado, con centros como la
Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Centro de Prevención y Control de
Enfermedades (CDC).
En definitiva, las medidas preventivas se basan en el
establecimiento de un sistema de vigilancia orientado a detectar la presencia
de las enfermedades emergentes y reemergentes a tiempo para tomar medidas de
control adecuadas, evitando o mitigando así los devastadores efectos que estas
enfermedades podrían causar. Es evidente que la población humana está
continuamente enfrentándose a enfermedades infecciosas nuevas como a la
reemergencia de viejas enfermedades, una vez que éstas ya se consideraban
superadas. Muchos son los factores que favorecen la emergencia y reemergencia
de estas enfermedades, pero es indudable que los característicos del mundo
moderno en el que vivimos favorecen la expansión y desarrollo de estos
microorganismos patógenos y sus enfermedades. El cambio climático puede
exacerbar muchas de las amenazas que enfrentan las poblaciones humanas,
particularmente en los países de pocos recursos. Estas amenazas incluyen:
escasez de agua y de alimentos debido a eventos climáticos extremos, olas de
calor, propagación de enfermedades transmitidas por vectores y por el agua.
Actualmente pocos científicos dudan de la existencia de un cambio climático
global. A pesar de que el aumento registrado en la temperatura en las
últimas décadas y la frecuencia e intensidad de los eventos extremos no rebasa
aún los límites de una “variabilidad climática”, todo apunta hacia la
existencia de un “cambio climático” de origen antropogénico. Las actividades humanas
han contaminado la atmósfera alterando la concentración de gases como el
bióxido de carbono (CO2), el metano (CH4), el óxido
nitroso (N2O) y el vapor de agua.
Estos gases se denominan
comúnmente Gases de efecto invernadero” (GEI) y son indispensables para la vida
terrestre ya que sin su presencia la mayor parte de la superficie del globo
terráqueo estaría congelada. Sin embargo, las actividades humanas de la era
industrial han causado un aumento, especialmente en la concentración de CO2,
provocando que más calor quede atrapado en la atmósfera, lo que produce un
calentamiento global de la superficie de nuestro planeta. Las consecuencias
proyectadas por los modelos computacionales de cambio climático son las
siguientes: calentamiento de los océanos, desaparición de glaciares, elevación
del nivel del mar, aumento en la frecuencia e intensidad de eventos
climatológicos extremos debido a una mayor evaporación de agua y superficies
oceánicas más calientes, entre otros. Sin embargo, existe otro tipo de predicciones
que no son tan frecuentemente mencionados pero que resultan igualmente
preocupantes: el calentamiento global y otras alteraciones climatológicas
pueden provocar cambios en la distribución e incidencia de enfermedades. La
relación entre clima y salud humana puede ser compleja y difícil de establecer.
Hoy en día, un clima cada vez más inestable, la pérdida acelerada de
biodiversidad y la desigualdad socio-económica afectan la resistencia de los
sistemas naturales. Los cambios en el uso del suelo afectan la distribución de
los agentes portadores de enfermedades como los roedores y los insectos,
mientras que el clima incide directamente en la duración e intensidad de los
brotes de enfermedades.

De esta manera, padecimientos como la malaria, la
peste, el dengue o el síndrome pulmonar hantavirus, entre otros, han
reaparecido o se han intensificado en diversas partes del mundo. Los impactos
negativos a la salud humana pueden darse por vía directa, como en el caso de
olas de calor y aumento de la contaminación exacerbada por el aumento en la
temperatura o los daños físicos causados por eventos extremos, o por vía
indirecta, como resultado de sequías, inundaciones y cambios climáticos que
causan condiciones favorables para los agentes infecciosos, virus, bacterias o
parásitos y sus agentes transmisores llamados “vectores”. Las temperaturas
extremas, tanto altas como bajas, pueden causar disturbios fisiológicos y daños
a diferentes órganos provocando enfermedad o la muerte en los seres
humanos. Una de las consecuencias más seguras y directas del cambio
climático es un aumento en la morbilidad y la mortalidad humanas en períodos de
clima extremosos como son las olas de calor. La letalidad de una ola de este
tipo aumenta si ocurre al principio del verano (cuando la población todavía no
ha podido aclimatarse al calor), si es de larga duración y si hay temperaturas
nocturnas elevadas. Estos efectos son peores en las ciudades debido al “efecto
de isla de calor urbano” que involucra la liberación nocturna del calor
almacenado durante el día en el cemento y los materiales metálicos urbanos.
Las
personas mayores con problemas cardíacos o respiratorios son particularmente
vulnerables porque el calor extremo puede exacerbar estas condiciones
preexistentes. La falta de acceso a sistemas de aire acondicionado aumenta
también el riesgo de muerte por calor lo que introduce un factor
socio-económico. La contaminación del aire provoca también una serie de
consecuencias serias para la salud y un aumento en la temperatura puede
incrementar la formación de contaminantes secundarios como el ozono en la
troposfera (parte baja de la atmósfera). El cambio climático podría causar un
aumento en la frecuencia de periodos muy calurosos combinados con altas
concentraciones de contaminantes dando lugar a cierta sinergia entre los
efectos negativos de ambos fenómenos. El calor prolongado también puede
provocar un aumento en la dispersión de alérgenos, como esporas de hongos y
polen, incrementando las reacciones alérgicas y asma. Por otra parte, está
demostrado que una mayor proporción de radiación ultravioleta de origen solar
alcanza actualmente la superficie terrestre debido a la disminución del ozono
en la estratosfera (parte alta de la atmósfera). Aunque la causa básica de la
destrucción de la capa de ozono es la presencia de clorofluorocarbonos (CFC) y
es ajena a la concentración de gases de efecto invernadero en la parte baja de
la atmósfera, existen interacciones químicas y físicas entre estos dos
fenómenos. Podría de hecho darse una interacción entre el cambio climático y
una exposición mayor a los rayos ultravioletas y afectar de manera negativa la
salud humana.
Se anticipa que una exposición mayor a estos rayos causará mayor
incidencia de cáncer de piel en poblaciones de piel clara, lesiones oculares
como cataratas, y posiblemente también debilitará al sistema inmune, lo que
tendría graves implicaciones para el riesgo de enfermedades infecciosas y
respuestas a vacunaciones. Los eventos climatológicos extremos, como las
sequías y las inundaciones, tienen impactos serios sobre la salud humana. La
vulnerabilidad de la población a estos eventos está aumentando debido al
crecimiento acelerado de la población, el aumento en los asentamientos humanos
y la pobreza persistente. Se anticipa que el cambio climático provocará
transformaciones en el patrón de inundaciones y sequías; sin embargo, no se
sabe en qué grado se alterará la frecuencia de estos eventos climatológicos.
Los mayores impactos a la salud, además de la posibilidad de ahogarse o
lesiones físicas, son los daños a las tierras agrícolas y asentamientos, así
como la contaminación del agua potable que resultan de las inundaciones. Esto
implica un empobrecimiento del estado nutricional, especialmente en los niños,
un aumento en las enfermedades diarreicas y respiratorias por condiciones de
poca higiene, impactos a la salud mental e incluso liberación y diseminación de
compuestos químicos peligrosos de sitios de acopio debido al aumento de las
aguas. Por otro lado, se estima que el nivel del mar se elevará como
consecuencia del cambio climático. Este aumento ocurriría de manera no uniforme
debido a diferencias regionales en el nivel de calentamiento, diferencias en la
circulación oceánica y la geomorfología de las zonas costeras.
Hoy en día, más
de la mitad de la población mundial vive a una distancia promedio de 60 km del
mar. Su aumento podría tener una serie de impactos en la salud que incluyen
intrusión de agua salada en fuentes de agua potable y agua para la agricultura
además de los ya mencionados anteriormente, como el aumento de enfermedades
causadas por vectores, muertes, daños físicos, y desnutrición. El clima juega
un papel muy importante en las enfermedades causadas por vectores como los
mosquitos, las garrapatas, las pulgas, las moscas y otros insectos. Estos
vectores de sangre fría son extremadamente sensibles a los efectos directos del
clima como temperatura, patrones de precipitación y viento, ya que influyen en
su comportamiento, desarrollo y reproducción. Si el cambio climático mejora la
longevidad, aumenta la reproducción, aumenta la frecuencia de piquetes de estos
insectos a la población o altera sus rangos de distribución, puede ocurrir un
aumento en la cantidad de gente infectada. El aumento en el calor no es el
único causante del incremento en las infecciones transmitidas por vectores:
también las inundaciones y las sequías causadas por el cambio climático permiten
condiciones adecuadas para el desarrollo de insectos; por ejemplo, el agua
queda estancada formando charcos que son incubadores ideales para mosquitos. Un
cambio en la redistribución de los agentes infecciosos y sus portadores pueden
ser los primeros signos de una amenaza debida a un cambio climático.

La malaria
es una enfermedad ancestral transmitida por un mosquito (Anopheles) el agente
portador de un protozoario (Plasmodium), agente causal de la enfermedad. La
malaria está mucho más extendida hoy que hace 20 años: cada año alrededor de
500 millones de personas en el mundo contraen la enfermedad de las cuales más
de un millón mueren, especialmente niños. África es el continente más afectado,
donde ocurren el 90% de las muertes por esta enfermedad. Los mosquitos han
desarrollado resistencia a los insecticidas y el parásito es resistente a los
medicamentos más comunes; por el momento no existen vacunas, ni se prevé que
existan en un futuro cercano. Todo lo anterior hace que la malaria sea uno de los
principales problemas de salud pública a nivel mundial. La incidencia de esta
enfermedad es sumamente sensible a los cambios locales en la temperatura y la
precipitación anuales. Por lo tanto, se han hecho investigaciones para tratar
de establecer el impacto del cambio climático sobre su dinámica y su
transmisión. Se predice que un calentamiento global causará la transmisión de
malaria a mayores altitudes y latitudes. Actualmente ya se puede encontrar en
las tierras altas de África central, en donde anteriormente no se presentaba
esta enfermedad. Sin embargo, aunque una buena parte de las epidemias ocurridas
en diferentes partes del mundo en estos últimos años han sido iniciadas por
aumentos transitorios en la temperatura y/o precipitación, es aún difícil decir
si el cambio climático a largo plazo es un factor importante en la presencia de
malaria en tierras altas. Lo que parece real es que los cambios ecológicos
aunados a una mayor variabilidad climática y una tendencia al calentamiento
jugar papeles cada vez más importantes en la propagación de esta enfermedad.

El
dengue o fiebre “quebrantahuesos” es una enfermedad viral también transmitida
por un mosquito, con síntomas que se parecen a una fuerte gripe y que en
algunos casos causa sangrado interno que conduce a la muerte. Esta enfermedad
aflige actualmente a unos 100 millones en las regiones tropicales y
subtropicales, especialmente en las áreas urbanas y sus alrededores. El
dengue se ha extendido en el continente americano alcanzando a la ciudad de
Buenos Aires en la década de los 90. Esta enfermedad, anteriormente limitada
por umbrales de temperatura a bajas altitudes, ya se ha detectado en ciudades
de tierras altas: por ejemplo, en Taxo, México, por encima de los 1500 m sobre
el nivel del mar. La conexión entre las condiciones climatológicas y la
transmisión del dengue y sus epidemias, no es todavía muy clara. Los estudios
preliminares han mostrado una relación entre el fenómeno de El Niño y la
incidencia de dengue en los países en donde éste tiene un efecto importante
sobre el clima.
Los brotes ocasionales de
enfermedades por microorganismos oportunistas son provocados en gran medida por
la secuencia de extremos en el clima. Es la variabilidad climática exacerbada
que acompaña al calentamiento global (más que el aumento en la temperatura en
sí) lo que favorece la aparición de epidemias. Por ejemplo, inviernos templados
seguidos de veranos calientes y secos favorecen el ciclo que se da entre
reservorio natural, agente transmisor y ser humano. Siguiendo esta secuencia,
diferentes tipos de mosquitos pueden transmitir fiebre amarilla, enfermedad
viral equivalente al dengue que ocurre en las selvas de África y
Sudamérica. Varios tipos de encefalitis, como la encefalitis equina, la
encefalitis de St. Louis, o la causada por el virus del Nilo oeste,
enfermedades que brotan de manera ocasional y localizada cuando se dan las
condiciones favorables. Estas enfermedades se han vuelto importantes problemas
emergentes o resurgentes de salud pública en los últimos años. Los roedores
también son transmisores de enfermedades oportunistas, lo cual se tienen
nidadas enormes, sus cuerpos pequeños, su gran apetito y sus mecanismos bien
desarrollados de dispersión frente a una amenaza. Los búhos, coyotes y serpientes,
entre otros, son los predadores naturales de los roedores.
En un medio ambiente
estable los predadores mantienen a las poblaciones de roedores bajo control.
Pero, como se mencionó anteriormente, condiciones climatológicas extremas
durante largo tiempo y fluctuaciones muy importantes en el clima pueden saturar
la resistencia de un ecosistema. La idea del proceso del cambio climático
global por causas no naturales y su impacto sobre el medio ambiente mundial,
aunque no unánime, está muy extendida y aceptada dentro de la comunidad
científica. Sin embargo, hay una mayor incertidumbre sobre los efectos
específicos de esta alteración de los parámetros climáticos en el planeta. Esto
se debe a las diferencias científicas en las predicciones de las emisiones de
gases de efecto invernadero y entre los modelos que se utilizan para estimar el
clima en el futuro. Estos indican un calentamiento de la temperatura global de
1,8°C a 4°C para el año 2100, aunque se prevé que el impacto será mayor hacia
los polos y en las zonas continentales interiores. La precipitación también
varía por estos cambios climáticos en mayor o menor medida según los modelos de
predicción, en función de la zona del planeta. Ambos parámetros, temperatura y
nivel de precipitación, juegan un papel importante en
la producción de alimentos. Además de los cambios en las
condiciones ambientales, hay pruebas consistentes de que las circunstancias
extremas aumentarán. Éstas pueden tener graves efectos adversos en los sistemas
de producción de alimentos.

Es muy probable que la frecuencia de los
períodos de olas de calor y fuertes precipitaciones aumente en la mayoría de
las áreas. También es probable que las áreas afectadas por las sequías se
incrementen, junto con un aumento de la intensa actividad de ciclones
tropicales y de la actividad de un elevado nivel del mar. Según revela este
estudio, la Agencia Europea de Medio Ambiente ha elaborado una evaluación del
impacto del cambio climático en Europa. Esta valoración indica un calentamiento
estimado de 2,1 a 4,4°C para el año 2080, con los mayores incrementos en el
norte y este de Europa. Los modelos indican además que estas áreas europeas se convertirán
en zonas más húmedas, mientras que el Mediterráneo se convertirá probablemente
en más seco. En cuanto a la estacionalidad, los países europeos pueden
experimentar más precipitaciones en invierno, excepto para la región
mediterránea, y menores precipitaciones en verano en toda Europa. El tema del
cambio climático tiene un enorme impacto en los medios de comunicación y sus
consecuencias, tanto globales como locales, respecto a los cambios en la
producción y suministro de alimentos, así como las posibles consecuencias de
otra índole (catástrofes meteorológicas, aumento del nivel del mar, aumento de
temperaturas y deshielo) son un aspecto recurrente, tanto en publicaciones
científicas como de carácter divulgativo. Lejos de ser una cuestión ambiental,
el cambio climático tiene una profunda repercusión económica, social y
sanitaria. El cambio climático es un hecho admitido por casi toda la comunidad
científica y son pocas las voces que ponen en duda esta afirmación. Casi todas
las noticias que hacen referencia a este cambio y su relación con la
alimentación se centran en el estrecho vínculo que relaciona el clima con la
producción de alimentos, sobre todo agricultura y ganadería.

Estas
informaciones resaltan cómo repercute de forma negativa en la producción
alimentaria y crea sequías e inundaciones y pérdidas de cosechas, con la
consecuente destrucción de la forma tradicional de producción primaria en
muchas zonas que, en definitiva, comprometen el acceso a los alimentos a gran
parte de la población, en especial, en países en desarrollo. Pero son
pocos los estudios que han evaluado cómo repercute este cambio climático en la
seguridad de los alimentos, entendida como la buena calidad e inocuidad. Uno de
los trabajos realizados en este campo pertenece al ámbito del Reino Unido,
aunque los resultados y conclusiones son extrapolables a los demás países de
Europa. El trabajo pretende, además de identificar el impacto que el cambio
climático puede tener sobre la seguridad alimentaria e informar sobre
ello, evaluar posibles maneras de adaptación a estas nuevas circunstancias con
el fin de minimizar los riesgos. El cambio climático puede provocar incrementos
en la contaminación, tanto química como microbiológica de los alimentos, debido
a las variaciones en los patrones de producción agrícola, la intensificación de
la agricultura y las alteraciones en las vías de transporte.

"SOMOS LO QUE HACEMOS
REPETIDAMENTE. EXCELENCIA, POR LO TANTO, NO ES UN ACTO SINO UN HABITO"
ARISTOTELES
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